martes, 22 de abril de 2014

MAGIA Y FE


   Se marcha ya, entre sombras, esta larga Semana Santa y son tantas las cosas que quisiera quemar: los costaleros subnormales inyectados de esteroides, los tambores que llaman a la muerte, la del mago García Márquez, ese olor a incienso, perenne, que te aleja de tu olor humano, inmundo y humano, y mortal, como las llamas de los cirios alumbrando tan solo oscuridad o esa lluvia de cristales que no cesa, sotanas sin alas revoloteando en la noche como avispas y la masa obnubilada por tan sutiles espejismos, la ropa de domingo cada tarde, los muñequitos enjoyados, la calle abarrotada, y tú en medio, como una cárcel de ciegas esperanzas, los niños del botafumeiro, alzando el humo al cielo, los de la bola de cera y capirote , bien encerados por la pátina eclesial, la sangre en las manos de los tamborileros, la fiesta, el jolgorio, de todos menos del muerto, y el silencio inmenso, esa terrible estridencia. Son tantas las cosas que quisiera quemar que se me chamusca el corazón tan sólo de pensarlo.

   Se marcha ya, entre sombras, esta larga Semana Santa y de nuevo amanecerá la luz de la ilustración. ¡Mejor estar atento al alumbramiento del asombro que perder el tiempo prendiendo hogueras! Estar atento, esperar. Esperar el parto milagroso y eterno de las mariposas amarillas, el deshielo de la sangre, el manantial incesante que mana en los ojos de los niños, el despertar de los sentidos, el hambre placentera, ese pálpito antes inconfesable de la hembra, la carne erizada a flor de piel, la llamarada de sonrisas que nos marcan las estrellas, la incógnita y su desvelo, el mágico desciframiento del misterio, la luz regalándonos los ojos (regalo que perdemos si dejamos de creer). ¿De qué sirve odiar, quemarte las manos y la mente y hasta el corazón prendiendo hogueras? Lo mágico, lo extraordinario, ocurre a cada instante y la ceguera del odio nos impide verlo. La ira nos ciega, nos vuelve huraños, nos convierte en erizos espalda contra espalda, luchando por tan exigua madriguera, palacios de mísera tristeza. ¿Qué sentido tiene? Cuando el mundo abre sus alas amarillas como una liviana mariposa cada día, frente a nosotros.


   Pronto los tamborileros de la alegría se impondrán. Ayer sonaba la flauta del tamboril en mi calle. El sol ya restalla en los cristales y las terrazas erupcionan su volcán de insectos. Pero la luz también puede cegarnos si mantenemos fija la mirada demasiado tiempo. Somos insectos vapuleados por el viento, por la corriente que más tira, con más fuerza o mejor maña. En tan sólo semanas tomarán las calles los caballos y las mariposas revolotearán alrededor de sus boñigas. Un arcoíris de color eclosionará en nuestra retina, renacerá la vida, volverá el maravilloso espectáculo de la existencia. Mujeres convertidas en claveles nos regalarán su aroma y los hombres querrán ser todos señoritos elegidos bajo el calor de los sueños más primaverales. Se impondrán las ganas de aventuras, la de recorrer caminos en romería, de abrazar el árbol antes de que ellos vengan a decirnos que sobre ese tronco tuvo lugar la aparición y nos traigan a otra Virgen y luego el Cristo y finalmente la crucifixión, el instrumento de tortura, el temor.

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