lunes, 3 de febrero de 2014

POETAS, VANIDAD Y CODICIA

   Decía Martin Luther King: Para tener enemigos no es necesario declarar una guerra, basta con decir lo que se piensa. Quizás ese ha sido mi problema, nunca supe contenerme porque siempre le di más importancia a la verdad y a la libre desnudez del alma. Mi verdad, claro está. Pero hay veces que es tan evidente esa verdad que uno no puede llegar a comprender cómo es posible que la nieguen otros, simplemente a cambio de famélicos y desesperados intereses. Soy escritor. Nunca quise serlo, pero no he podido evitar serlo. Escribo porque me es imposible dejar de hacerlo. Pero siempre tuve claro que los escritores no eran personas del buen vivir, al menos los que yo admiraba, malditos y muertos de hambre cuando el capital familiar se les agotaba. Me hubiese gustado ser Vallejo o Baudelaire, pero cómo escoger, conscientemente, sus finales. La supervivencia era otra cosa y, curiosamente, imperiosa para una persona como yo, proveniente de una familia de bestias pobres y analfabetas. La necesidad de comer todos los días se imponía como una desgracia a mis sueños de comunicarme y comencé muy pronto a buscarme la vida cómo comercial. El día que vendía algo comía y el que no escribía para olvidarme del hambre. Sin embargo, poco a poco fui desentrañando las estrategias de la venta y aprendí a sugerir, a no decir diciendo entre líneas, a embaucar. Llegué con el tiempo a ser director de ventas y a comer bien durante todo un mes con la venta de un solo día. Y todo ello me hizo tener una visión distinta del hecho literario y de su ámbito cultural por extensión. Me hizo ver con claridad toda la mierda que se oculta entre los entresijos de la cultura, el poder y la prensa en este país de hipócritas.

   Hace tan sólo unos días leí esto en el muro de un escritor al que admiro por su escritura: “Hace unos tres o cuatro años, en el transcurso de una larga sobremesa en un restaurante de Portugal, varios amigos empezamos a darle vueltas a la idea de reunir en un encuentro o congreso o similar a los poetas de la generación del 70: Sánchez Rosillo, Miguel d'Ors, García Martín, Abelardo Linares, Paco Bejarano, Villena, etc. Pensábamos en lecturas, ponencias sobre sus obras respectivas, alguna publicación... Como tantas cosas, el proyecto se quedó ahí. Las buenas ideas se pierden por mil motivos y mil ocupaciones. Ahora, con la muerte de Vicente Sabido, de Juan Luis Panero y de Fernando Ortiz, supongo que el encuentro quedaría ya muy cojo, y nunca se hará. O no lo haremos nosotros, aunque la idea sigue siendo buena. Las labores de organización y, sobre todo, financiación, son hoy en día más difíciles. Hubiera sido un gran acontecimiento. Lástima tanta”. Ante lo que no pude contenerme y contesté: "¿Poetas y encuentros o congreso o similar? Ya puestos, que a todos les entreguen a la llegada un buen espejo en el que regocijarse mirándose el ombligo. Casi tres millones de niños españoles en la pobreza y éstos hipócritas egocéntricos, que pretenden darnos clase de ética social con sus malditos eufemismos, aún le lamen el culo al poder, suplicando subvenciones. ¡Menos mal que aún quedamos algunos a los que todo esto nos hace vomitar!". La reacción, no solo del escritor en ciernes, sino de toda la jauría literaria de este país, fue inmediata, acusándome de demagogo y de confundir churras con merinas. Imbécil y burro fueron algunos de los calificativos con los que me “adularon”. ¿Poetas?, parecían más vendedores maldiciendo porque les chafaba su estrategia. Yo asistí a muchos encuentros de esos, en los que personajillos con ínfulas de señorito culto, se vendían por un plato de caviar. Publicaciones conmemorativas en los que todos los asistentes publicábamos nuestro poema. El egocentrismo de los vanidosos financiado a costa de las arcas públicas. Hubo un encuentro en el que nos sirvieron el menú con cubiertos de plata. Decenas de miles de euros que se destinaban a contener la posible rabia de aquellos que dominábamos el arte de la palabra. Ponentes y organizadores sumisos, que contentaban al poder, rajando de la oposición, a cambio de un buena comisión. Editoriales emergentes que negociaban la publicación de los premios y certámenes institucionales. Viajes y hoteles de lujo a costa del contribuyente. ¿Qué diferencia podía ver yo entre estos encuentros y cualquier congreso de ventas? Sólo una, en el primer caso toda la financiación era pública y en el segundo era privada. Esa es la verdad. Conozco a muchos pseudoescritores que tienen mi edad y a los que no les he conocido otro oficio que el de organizar dichos encuentros, es decir, que llevan toda su vida poniendo la mano a quien se la llene, verdaderos mercenarios del hecho cultural. Yo los conozco y vosotros, si lo pensáis detenidamente, seguro que también, ya sea a nivel provincial o local.

   Todos sabemos leer y escribir entre líneas y comprendemos la importancia de lo no dicho, de lo sugerido, en un texto literal. Seríamos irracionales si negáramos que un encuentro del calibre del que habla dicho escritor es imposible de realizar sin una fuerte inversión pública. Irracionales o mentirosos, si negásemos esa realidad. Somos conscientes de que un poeta (por ejemplo) como Villena no movería el culo de su casa por menos de 4000 ó 5000 euros Sabemos, por propia experiencia, el coste económico que supondría organizar dicho encuentro y, desde mi punto de vista y teniendo en cuenta la situación actual de muchísimas familias, tan sólo plantearlo o sugerirlo o similar me parece de una inmoralidad inconcebible, máxime si se utiliza la reciente muerte de algunos poetas laureados para enfatizar, melancólicamente, en su necesaria realización. ¿Por qué un poeta va a tener más derecho al dinero público que un parado de larga duración o una mujer con hijos a la que están a punto de desahuciar? Yo jamás hallaré una razón por la que tenga que ser así. ¿Acaso el acceso a la cultura nos otorga más derechos que a un analfabeto? Quizás deberíamos releer a Whitman para recordar quién y qué debe ser un poeta y cuál es el significado exacto de la palabra dignidad.

   Yo, por mi parte, asumo las consecuencias de mis acciones en honor a la verdad. Mi verdad, claro está. Ya renuncie públicamente a la asistencia de dichos encuentros en mi artículo “Encuentros de escritores”, en el que reconocí la vergüenza que siento por haber sido durante tanto tiempo un hipócrita también y la imposibilidad, por dignidad, de seguir siéndolo. “Yo me bajo del burro, señores”, les dije en dicho escrito, leído en el corazón de la Fundación Juan Ramón Jiménez de Moguer. Allá quede cada uno con su conciencia más o menos podrida. Sé que todo esto me traerá problemas, que ya nadie querrá publicarme y que tratarán por cualquier medio de hacerme opaco a los demás, pero aún así seguiré diciendo lo que pienso porque, al igual que el doctor King, creo en la dignidad humana y tengo un sueño: La literatura como revelación de la verdad. 

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