viernes, 20 de diciembre de 2013

UNA HISTORIA DE REYES MAGOS


   “Este año la campaña de recogida de juguetes ha sido un éxito -me dijo satisfecho el concejal de festejos del ayuntamiento. A pesar de las grandes carencias que sufren nuestros ciudadanos por la crisis han sabido ser solidarios y no habrá un solo niño en la ciudad que no sonría ante la felicidad de los juguetes”, fue la frase con la que puso punto final a la entrevista. Luego se despidió amablemente, no sin recordarme antes que “Juguetes para todos” habría de ser mi titular en el periódico. 

   Al salir del despacho municipal me crucé con un hombre extraño, venía envuelto en una túnica y calzaba unas babuchas. Bajo un trapo enmarañado a modo de turbante sombreaba su rostro una barba de acaso un mes. No pude disimular mi sorpresa y me quedé absorto al contemplarlo, con la mano sobre el pomo de la puerta. Él me miró y me preguntó: “¿Ya puedo entrar?”, y sin que me diera tiempo a contestar cruzó el umbral, confiado en que yo cerrase tras su entrada. No lo hice del todo. Amague hacerlo, pero puse el pie para que quedase una pequeña apertura por la que pude ver y oír el inicio de la conversación.

   ¡Qué tal, Javier! ¿Qué te trae hoy por aquí?, le preguntó el concejal con paciente autocontrol. “Pues mire, señor concejal, que estaba yo pensando en mi casa sobre el problema de los hijos. 8 años tiene uno y el otro 7, ¿sabe usted? Que uno ya no sabe qué hacer para que no dejen de quererme, porque, como se imaginará, si un padre nada puede dar a sus hijos, ni una alimentación adecuada, ni un cálido hogar en este terrible invierno, ni siquiera ilusiones en un futuro sombrío, te acaban despreciando. Yo ya me he resignado a mi designio, señor concejal, ya sé que a mis casi 50 años no valgo para nada y que a mis 6 años de paro tendré que sumarles muchos más. Ya no soy productivo y tan sólo puedo aspirar a la caridad. Así están las cosas en esta puñetera crisis y nada puedo hacer para cambiarlas. Sé que todos lo estamos pasando mal, también ustedes. ¡Qué puede hacer un ayuntamiento sin un duro! ¡Cómo van a ocuparse de nosotros con todas las carreteras que hay por arreglar y todos los festejos que nos quedan por celebrar! No, esta vez no vengo a pedirle que mejoren de alguna forma mi economía familiar. Al final he comprendido que, cuando se reparte el pastel, nada queda para nosotros, los olvidados. Ésta vez vengo a pedirle algo diferente, le solicito encarecidamente un hecho sentimental. Verá usted, mis hijos están ya en la edad en la que empiezan a dejar de creer en los Reyes Magos y si yo fuese este año el Rey Mago que les entregase los juguetes del ayuntamiento, quizás, volvieran a creer en mí, volvieran a admirar a su padre, en vez de despreciarme. Ve, incluso me he confeccionado el traje de Gaspar con cuatro trapos. Y la barba, de aquí a los 15 días que faltan, seguro que alcanza su justa consistencia. ¿Qué me dice? ¿Cree usted que sería posible lo que le pido?”, dijo aquel hombre y rompió a llorar.

   El silencio se hizo sólido en aquella estancia. El concejal no sabía hacia donde mirar, dubitativo e inquieto durante un instante fugaz y, tras un minuto de hondo escozor por el zarpazo, supo rehacerse y reaccionar. Recolocó su sonrisa y se levantó de la silla, dirigiéndose a aquel hombre con las manos abiertas, como si fuese a abrazarle. Pero no, le puso ambas manos en los hombros y le habló en tono paternal. “Javier, lo tienes que entender, la personificación de los Reyes Magos está destinada desde hace tiempo a tres personas relevantes del municipio y uno de ellos, el que hará de Gaspar, es el delantero centro de nuestro equipo. Lo que me pides es imposible por dos razones evidentes. Como sabes el ayuntamiento carece de fondos y esas personas relevantes nos hacen jugosas donaciones, además de costear los caramelos de la cabalgata. No podríamos prescindir de ciudadanos con grandes recursos como ellos en estos momentos de nula liquidez. Y, aún así, la otra razón es la más importante. Su prestigio, la gran admiración que les profesa el pueblo.Te imaginas a tus hijos recibiendo un balón de manos de nuestro mayor héroe, el gran goleador de nuestro equipo. No puedes negar tan grandiosa ilusión a tus hijos, seguro que sueñan cada noche con algo así. Eso sí que no te lo perdonarían jamás”.

   No quise seguir escuchando, sentí asco y repulsión. Necesitaba tomar aire, apartarme de aquel edificio. Cerré la puerta del todo y me encaminé hacia la salida. En el trayecto volví a abrir mi cuaderno de notas para confirmar la personalidad de los otros dos Reyes Magos. Uno era el presidente de la Diputación Provincial y, el otro, el presidente de la federación de empresarios de la ciudad.



Del libro "Historias de la puta crisis"



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