sábado, 2 de noviembre de 2013

PARRICIDIO

En homenaje a la verdaderas víctimas, los niños siempre.


Ahora que el volcán se apagó ya para siempre
y su humo fue tragado por la tierra del descanso eterno.
Ahora ¿me pides palabras?, padre.
Furia es la primera que podría darte, aquella que sentí
al oír los golpes que soltabas en el rostro de mi madre.
Sigo oyendo los golpes, aunque no estoy 
en la madriguera que refugiaba a los hermanos.

Ya sé que el mundo espera una elegía cuando el poeta
habla de su padre, pero suplico al lector que me comprenda.
Mi padre no estuvo en la cárcel por ser un héroe clandestino
en tiempos de injusta dictadura. No sufrió explotación,
ni fue víctima de la política. Fue un preso común, un desalmado.
El ser más despiadado que jamás he conocido. Sobre una silla de ruedas
quizás viva aún la prostituta de la que un día creyó enamorarse.

¿La cultura para qué te sirve?, niño, me decía. ¿Para qué vas al colegio, 
si aún no sabes que hay que respetar al padre? Que te di la vida
y por tus venas fluye mi sangre. Que los dos somos el mismo fuego.
La misma raíz del árbol milenario tras el que se ocultan los depredadores.
No, padre. Tú escogiste el camino de la piedra y el machete. Apresar el río,
cegarlo de afluentes. Yo me zambullí en el agua surcando nuevos horizontes,
amaneceres donde las manos sólo recuerden cómo acariciar la piel desamparada.

No te echo de menos, padre, en absoluto, y nada te perdono.
Aprendí a odiarte cada día. Y, ahora, después de tanto tiempo
ni sé qué siento. Te recuerdo como a un dolor de muelas, como la extracción
de un diente sin anestesia, pero olvidé ya, posiblemente, odiarte. 
A veces, en la penumbra de la rabia, deseé asesinarte. Confieso 
que mil veces troceé tu cuerpo y alimente con tu carne a los cerdos.
Y los vi tan felices que, antes de huir, les prometí no volver jamás.

Hoy en día, padre, ni sé dónde yaces enterrado.
Espero que en las tierras más profundas del olvido.

Del poemario inédito "Libro de familia" 

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