Llegó el frío y en las
venas se instalaron filos de cuchillo. Ella lo vio entrar, desnutrido y tembloroso.
Él le suplicó no cerrar las ventanas, pues la podredumbre les asfixiaría sin
compasión. En las noticias, los ajenos hablaban del prodigio, la economía
despegaba al ritmo de un Apolo. La luna ya estaba al alcance de todos. En los platos de la mesa, vacíos, bullían volcanes invisibles y construían nidos las arañas en sus áridos
estómagos. En una esquina descansaba el cadáver de la abuela. Sus nietos la acariciaban aún. Tenían que agradecerle, a diario y en silencio, la supervivencia familiar.
Más real que cuento...
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