martes, 5 de noviembre de 2013

LA MADRE DEL ASESINO

   Vivimos en una sociedad que está perdida. Sin valores, ni rumbo. Mientras arrastramos, como un peso insoportable,  toneladas de odio hacia los demás. De todo tiene la culpa el otro y es necesario castigarle. Sin compasión.  Con el máximo rigor y la mayor dureza. Y en el proceso, olvidamos causas y consecuencias. No advertimos ni la mayor afluencia de dolor, ni el caudal de venganza que se nos adviene. Ya no perdonamos nada porque sólo a nosotros nos perdonamos todo. Y el manantial del egoísmo irreflexivo ahoga al ser humano y germina a la bestia, ansiosa de más río de la sangre de los otros. Podríamos hablar de muchos casos en la política, muchísimos en el planeta económico, o de esos nazis descerebrados que hoy la liaron en la Complutense de Madrid. Pero yo prefiero algo más cotidiano: un muchacho de 18 años, el alcohol al volante, la niebla y los controles policiales, un chico de dieciséis años muerto en el arcén y una madre rota, esperando en la ventana a quien ya no llegará.

   Ocurrió ayer, en un pueblo de Galícia. La juventud de cuatro amigos, de entre 16 y 18 años y hermanos dos de ellos, les impelió a la fiesta. Tal y como a todos cuando teníamos su edad. Bebieron algo, claro está, y hasta fumarían porros, seguramente. ¿Quién no a su edad? Si no se cometen errores en la adolescencia es que estás muerto y hasta puede que beatificado. A la vuelta, decidieron hacerlo por la peor vía posible, con el ánimo de evitar los controles, y la niebla hizo el resto. Un árbol traicionero se empotró en el vehículo, segando la vida del hermano del conductor, el pequeño de dieciséis años, al que su madre ya no volverá a ver.

   Del suceso dieron cuenta los telediarios. Al verlo recordé a las víctimas de los accidentes de tráfico, exigiendo mayores y más duras penas para los asesinos (así los llaman) de sus familiares. Su dolor es inmenso y ese impudor televisivo las ensalza ante nuestros ojos, las dota de un aire de congoja y desolación, nos conmina a la comprensión de sus demandas. Pero olvidamos una cosa, no es lo mismo poner una bomba y, desde la lejanía, apretar un botón que despistarte en la niebla y arrollar a un viandante. Para asesinar es necesario tener la intención de hacerlo. Y no podemos convertir un desgraciado accidente en un asesinato con premeditación.

   ¿Qué condena pedirán ahora para este chico? ¿Dirán que mató a su hermano y que merece todo el castigo de nuestras rígidas leyes? Y los jueces no pueden más que aplicar la ley.¿Cuánto? ¿30 años? ¿Y por qué no le aplicamos la Doctrina Parod, pasando de esa estupidez de los derechos humanos? Total, no es más que un asesino…. ¿o no? Todas preguntas irónicas y con enjundia.

   La seriedad se la quedó toda la madre. Y la única pregunta en serio también. ¿De verdad que ella se merece tal castigo?

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