domingo, 26 de mayo de 2013

LA DESLEALTAD DE AZNAR

   A pesar de la fatídica entrevista de Aznar el miércoles, la frase más odiosa que he escuchado esta semana la ha dicho un periodista de El País, del cuál no recuerdo el nombre, refiriéndose a la intervención televisiva del expresidente. Este afirmaba categóricamente que en política nada se castiga más que la deslealtad. Lo del colgado que se cree el elegido de Dios para encauzar el rumbo de la Patria española no tiene nombre y forma parte del esperpéntico espectáculo de la podrida casta política de este país, pero lo del periodista ¿progresista? es inaudito. Un periodista debe diseccionar la verdad, indagar en las causas que holografían el presente y escrutar, objetivamente, los posibles devenires del futuro ¿Cómo entonces se puede afirmar con tanta rotundidad, y como una consecuencia corriente y aceptada, que el peor pecado de un político es la deslealtad?
 
 
Para empezar debemos preguntarnos a quién debe lealtad el político: ¿a sus amigos?, ¿a sus compañeros de partido?, ¿a su inmediato superior?, ¿a su presidente?, ¿a sus electores?, ¿a las grandes corporaciones que lo contratarán cuando finalice su aventura política?, ¿o a las normas y leyes democráticas que rigen nuestra constitución? Porque ellos sí que lo tienen claro, se deben lealtad a ellos mismos y al reducido grupo de colegas afines en vicios y ambiciones, Así hemos llegado hasta donde hemos llegado. Con casi más asesores en las instituciones públicas que funcionarios. Si el funcionario que les tocaba era afín al partido saliente se le relegaba a una esquina del edificio y una mesa vacía de trabajo y, en su lugar, se colocaba a dedo a una persona de absoluta confianza, que lo callara todo, que supiera guardar secretos a cambio de regalos. O, mejor, que fuese lo suficiente mediocre para no enterarse de nada y cumpliese fiel toda orden explícita. De este modo, por culpa de la malentendida LEALTAD, ahora tenemos políticos mediocres que nos mienten o nunca nos dicen la verdad, porque siguen siendo fieles a su único valor moral: si tú no sacas mis mierdas, yo no ventilaré las tuyas. Sí se fijan, igual que los mafiosos, aunque ellos sí gozan de prestigio. ¿O se piensan que al Sr. Bárcenas o al Correa le impiden la entrada en los restaurantes de lujo?

   Toda persona, pero especialmente los políticos, deben regirse por las normas y leyes que rigen nuestra constitución democrática y ser fiel, por encima de todas las cosas, al orden constitucional. Las reglas del juego han de ser las mismas para todos si aspiramos a una convivencia en paz y harmonía. La época codiciosa del "yo" ha de acabar y dar paso a una nueva época, la del "nosotros" universal. Los corpúsculos sociales deberían abandonar la malentendida idea de la lealtad que nos han hecho mamar durante tanto tiempo e integrarse en la defensa de la democracia y de la justicia. La lealtad al colega, al jefe que te paga, al mafioso que te compra, etc, está pudriendo nuestra democracia y ni siquiera lo percibimos. Desde luego, el periodista de El País dio en la clave. Lo penoso es que, en su comentario, nos tratase de inculcar la honorabilidad de la puñetera lealtad (en su desvirtuado concepto actual) en la política.

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