lunes, 13 de mayo de 2013

CÓMO RESUCITAR A UN MUERTO (EL 15M)

   Pasado mañana se cumplirán dos años del nacimiento de un milagro en nuestro país, aquel que llenó las plazas de indignación, transformándolas en unidad sin grietas, solidaridad y esperanza en un futuro que se antojaba sombrío. Hoy ese futuro se ha hecho realidad con más de seis millones de parados, centenares de suicidios por la situación de desesperación económica y los injustos desahucios, la pobreza sistemática de las familias, el desmantelamiento de la sanidad, la justicia y la educación públicas y de las políticas de la dependencia, el deterioro total de nuestras instituciones, el riesgo de quiebra en nuestro sistema de pensiones, la absoluta desprotección laboral, etc. Y todo esto mientras se rescata a los bancos, las empresas del ibex35 aumentan sus inversiones en paraísos fiscales, se abren cada vez más tiendas de lujo, como la de Ferrari en Madrid, los grandes consorcios empresariales, como las SICAV, siguen abonando a Hacienda un irrisorio 1% de sus inmensos beneficios y los juzgados se hacinan de políticos, banqueros e, incluso, miembros de la casa real imputados. No sólo existen razones para el resurgir del movimiento 15M, siempre las hubo para que nunca dejara de existir. Entonces ¿por qué le dejamos morir y cuáles fueron las causas?
   Como ya comenté en otros artículos relacionados con el tema, el 15M, como movimiento unificado, ya no existe. La escisión de DRY, las disensiones,  provocaciones y las acciones violentas de grupos anarquistas, los intereses particulares de otros grupos antidemocráticos, etc, lo minaron de explosivos. Y ahora sólo queda una lucha soterrada por la consecución de nuevos clientes o afiliados entre diversos intereses partidistas. Sólo nos quedan algunas islas vírgenes, como la PAH o los yayoflautas y a las que se insulta, faltándoles al respeto, como ocurrió el sábado pasado en el debate televisivo nocturno de La Sexta, en el que el líder del sindicato de estudiantes llegó a afirmar sin pudor que nada hubiera conseguido la PAH sin la fuerza del 15M, cuando la PAH surgió con anterioridad al 15M y, hoy en día, sigue manteniendo el apoyo intacto de los ciudadanos, mientras el 15M casi lo ha perdido por completo. Lo que queda hoy del aquel movimiento se parece más a un campo lleno de vallas publicitarias que a un movimiento solidario y unido, como lo fue antaño, allá por sus inicios. Las derechas se ríen de la efectividad del movimiento y las izquierdas, en vez de relanzarlo, se están repartiendo el pastel de la masa social indignada, sin importarles la disgregación y su consiguiente volatilización, en una lucha competitiva y sin piedad, con tal de conseguir un mayor número de votos en las próximas elecciones, lo que les dará mayor poder y dinero. La palabra nosotros está desapareciendo de las pocas asambleas que quedan en pie y cada vez es más acusada la imposición del “yo” o, al menos, de varios nosotros aún más pequeños y que ostentan orgullosos sus simbologías, sus banderas y sus diferencias ideológicas. Sólo hay una cosa en la que todos coinciden: la culpa de todo siempre la tiene el otro. En este país nadie asume su cuota de culpa. Las distintas mareas coloreadas se acercan al dique de contención pero sin la fuerza necesaria que si les daría el avance unificado y sin diferenciaciones. Las reivindicaciones cada vez son más, llegando a ser algunas ciertamente exóticas y resaltando las diferencias particulares entre los grupos. No existe unidad verdadera, por mucho que nos empeñemos en publicitarla, engañándonos a nosotros mismos. Una cosa es lo que desearíamos y otra muy distinta la palpable realidad. Entonces, ¿cómo resucitar el cadáver del 15M?
   A mi modo de ver, y en primer lugar, se debería buscar la unión de todos, pero con la clarísima excepción de los grupos antidemocráticos, ya sean de derecha o de izquierda. Anarquistas, fascistas y demás grupos antidemocráticos deben ser expulsados del 15M sin dilación. No se puede mantener el lema “Democracia Real Ya” manteniendo en su estructura a grupos que luchan, con violencia o no, a favor de la ruptura del sistema democrático. En segundo lugar deberíamos comenzar a condenar el uso de la violencia por parte de algunos que dicen pertenecer al movimiento y esa condena se ha de ejercer con el mismo rigor con el que condenamos la violencia policial. Ya esta bien de excusas, como también hizo el líder estudiantil en el programa de La Sexta, al decir que los violentos no son insurrectos del movimiento, sino policías infiltrados con la intención de romper la protesta pacífica de las manifestaciones, porque eso no es verdad o, al menos, no lo es en todos los casos. Y, por último, deberíamos volver a los inicios, con un programa de mínimos que sea apoyado por la gran generalidad de los ciudadanos y que sea defendido por todos sin disensiones internas, sin mareas coloreadas, sin banderitas diferenciadoras, sin luchas ideológicas y sin ínfulas de heroicidad o mesianismo por parte de algunos. Pero todo esto se me antoja imposible pues, ya ven, la próxima manifestación presentará aún más reivindicaciones (lógicas, pero inútiles en la búsqueda de unidad), tendrá más colorido que nunca y, posiblemente y desafortunadamente, claro está, volveremos a ver imágenes de tipos destrozando cajeros, escaparates y mobiliario urbano. Ojalá me equivoque, pero lo dudo. Es evidente que debemos volver a salir a la calle para mostrar con fuerza pacífica nuestra lógica indignación, pero debería salir aquel 15M inicial que ya no existe y no el corral de zorros y gallinas en el que nos hemos convertido con el tiempo, porque así tan sólo conseguiremos dos cosas: que la ciudadanía se aleje cada vez más del 15M y, con el tiempo, matarnos entre nosotros sin habernos dado nunca la oportunidad de entendernos.

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