sábado, 13 de abril de 2013

LO DESCONOCIDO

   Ayer, durante el almuerzo, mi mujer me hizo el siguiente comentario: Debe ser horrible para un padre sentirse obligado por el hambre a tener que alimentar a su hijo llevándolo a un comedor social. En la pantalla del televisor, las imágenes cotidianas de nuestros telediarios: colas en los bancos de alimentos, la angustia y la profunda tristeza de los desesperados, esa marea de pobres que crecen a ritmo de tsunami en nuestro país. Yo deje de comer, la mire a los ojos y le replique: Sí, debe ser humillante, pero debería ser obligatorio por ley que todos los padres tuviesen que llevar a sus hijos alguna vez a un comedor social. Si desde niño nos mostrasen sin pudor las vergüenzas e injusticias de nuestro mundo, nuestro futuro devenir en la vida no sería tan inconsciente. En el fondo, aún somos como aquellos navegantes de la antigüedad que imaginaban pavorosos demonios bajo las aguas de lo desconocido. Nosotros también inventamos demonios para explicar ese lado oscuro y desconocido de la sociedad. La niña que creció entre Barbys y salones de peluquería verá siempre como monstruos a esos seres extraños que, según su opinión, deciden vivir entre chabolas. No podemos comprender si desconocemos. Ni los de arriba a los de abajo, ni los de abajo a los de arriba. Sí, no estaría mal que los niños pijas tuviesen que pasar alguna semana de sus vacaciones entre los cartones fríos del tenderete de un desahuciado. Posiblemente eso le daría la suficiente experiencia para comprender. ¿Qué por qué les hablo de esto? Enseguida les comento:
 
 
Hace un par de días, caminando con mi amigo Javier, nos encontramos a Rafael, en la plaza más céntrica de mi ciudad. Era algo previsible, lo confieso, pues Rafael vive y duerme allí. Estaba, como siempre, con su cartelería habitual, hecha por el mismo, con cartones y cuerdas, y escritas a bolígrafo. Es su forma de reclamar ayuda, también de protestar. Él se aposta en un rincón, con un pequeño recipiente entre las manos y espera a que alguien se apiade, soltándole algunas monedas. A pocos metros de él suele estar su hijo, pero no estaba ese día. Rafael nos comentó que había ido a una entrevista de trabajo. Una mierda de esas de seguros, pero da igual, lo que sea, con tal de encontrar algo, comentó. Sobre los cartones los lemas escritos tenían su aquel: “No tengo ná, na más que hambre / Me veo obligado a pedí y es humillante / Y si no me ayudas eres un miserable. A Rafaél lo desahuciaron. Desconozco si tiene más familia, pero su hijo sigue junto a él, durmiendo en el mismo banco de la calle. Mientras charlábamos llegó el chiquillo, no tendría más de 20 años. No pude evitar que mis ojos se fijasen en sus ropas sucias e, inmediatamente, pensé en que nadie le daría trabajo con ese aspecto. Mi hijo ya no puede más, decía Rafael, yo con mis rimas me desahogo, pero temo por él, cualquier día se le va la cabeza. Mirad, el otro día, nos aseguró, salió un señor trajeado del comercio que está enfrente y vino a preguntarnos, gritando, que por qué estábamos aquí, que quién nos estaba pagando para hacer esto. Nos amenazó con enviar a la policía municipal para que nos expulsaran de aquí. Les estorbamos. No quieren ver el producto de su codicia. Para ellos no somos más que basura. No sé cómo logré detener a mi chaval. Yo creo que el tío vino a provocarnos...
 
   Comprendéis ahora el por qué de mis disquisiciones anteriores. El hijo de puta que provocó a Rafael y a su hijo no habrá pisado un comedor social en su vida. Una persona que haya pasado por un comedor social no podría tener tanta soberbia frente a un ser humano hambriento. Ya no os hablo de justicia, que también, os hablo de moral, de sencilla humanidad. El problema es que desconocemos y deberíamos estar obligados a conocer. En el roce nace el amor. En el desconocimiento y la ignorancia sólo florecen el odio y el desprecio. Javier y yo nos despedimos de Rafael. Javier tenía que ir a dar su clase a la universidad y yo tenía que arreglar una putada de Hacienda, pero antes de marcharse, me comentó acerca de Rafael: La verdad es que este Rafael es un poco raro, un hombre que conozco y del que me consta que es buena persona le ofreció albergue, a él y a su hijo, en una habitación vacía de su casa y, sin embargo, la rechazó, aduciendo que ese hombre tenía pinta de maricón.

   En fin, ¿cómo combatir el ciclón de ignorancia en el que vivimos?   

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