miércoles, 24 de abril de 2013

LAS VOCES DE LOS NIÑOS

   Oigo las voces de los niños desde mi ventana. Gritan su asombro hacia la jaula. Ellos aún son libres y vuelan felices en la belleza de la flor inmaculada. Nosotros ya ni recordamos, caminamos cabizbajos con muñones en la espalda. Nos olvidamos de volar y las alas cayeron como hojas de triste otoño en plena primavera. Tampoco logramos ver los barrotes que nos encierran. Están soldados a nuestro esqueleto, como el parásito a su víctima. Nuestros ojos sólo pueden ver el exterior, la fronda de muertos vivientes con los que hablamos cada día. La chica guapa que nos da el telediario, la llamada telefónica de un igual, la visita inesperada de otro que trata de huir… Con el paso de los años, las decepciones y fracasos nos entierran, no entierran poco a poco, difuminando nuestro ser aventurero, hasta asesinarlo, dejándolo en el mismo rincón olvidado en el desechamos nuestras alas. Tratamos de levitar mientras tanto, con la euforia del éxito algunos, otros con el retorcido placer de la autodestrucción, los más drogándose a ratos, con la televisión, con el mantenimiento de las apariencias, con el sexo furtivo, con algún hobby inconfesable, con alcohol y cocaína el que se lo pueda permitir, con cualquier cosa que te haga no pensar en qué coño has hecho con tu vida. Sin embargo, yo hoy sí pienso en ello, gracias a las voces de los niños que oigo desde mi ventana.
 
Oigo las voces de los niños desde mi ventana y les veo jugar en el recreo. Veo sus abrazos de amistad, sus incruentas peleas y su facilidad para perdonar. Veo como un simple balón les vuelve locos y disfrutan formando equipos a los que los enemigos no les duran más de un rato. Veo que todos buscan algo misterioso y que ninguno se aburre de encontrar. Que aún las sonrisas de sus rostros tienen trazos puros y no el esbozo hipócrita que sella nuestra boca. Veo el vuelo tibio de sus miradas, el fresco manantial de su alegría, el nacimiento de múltiples universos futuros en cada gesto, en cada voz… Y oigo mi propia voz cuando era niño y como mi padre la callaba. Oigo mi propio vuelo mutilado, mientras esas otras voces llegan a mi ventana.

  Sí, aún oigo las voces de los niños desde mi ventana. Pero ya se apagan, decrece su rumor. Vuelven a las aulas. Los profesores los han vuelto a llamar. Han de proseguir con su educación. Les veo caminar en fila india, aunque algunos se rebelan y les llaman la atención. Entran en el edificio y el murmullo se extingue del todo. En el interior de ese edificio les enseñaremos su proceder en la vida: nuestro modelo ejemplar. Ellos, en cambio, verán la jaula incrustada al profesor y los muñones ariscos y punzantes de su espalda. Y ya no gritarán de asombro. Les caerán los párpados con toda la pesadez de la tristeza. Intuyen que ese será, posiblemente, su futuro. Ya comienzan a perder plumas de sus alas.

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