jueves, 28 de marzo de 2013

EN NOMBRE DE LA DEMOCRACIA

   Esto va por muy mal camino. Se nos llena la boca con la palabra democracia y ni tan siquiera sabemos discernir, ni reflexionar sobre el verdadero concepto de la misma. Nos jactamos de ser el país más solidario y, sin embargo, la desconfianza incrustada en nuestro corazón crece como un cáncer sin curación posible. ¡Qué paradoja! ¡Y cuánta hipocresía! Ahora perseguimos, acosamos, coaccionamos, amenazamos. Los bancos a los deudores, los desesperados a los políticos (sí, los desesperados, porque los que aún no lo están siguen mirando para otro lado), los universitarios a sus rectores, los del PSOE a los del PP y los del PP a todos, los periodistas a los de ideología distinta, los policías a quien le mandan, el vecino a sus vecinos, el juez a quien le dejan, el ateo a quien tiene fe, el misógino a las feministas, el rico al que quiere apoderarse de su dinero y el pobre… el pobre a nadie, el pobre se esconde. En esta batalla de acechantes, de lascivos escrutadores, de rumoreadores impíos, de acusaciones no infundadas pero sin la matización fundamental, de interpretaciones convenientes y enjuiciadores interesados, siempre acaban perdiendo los mismos: los que escondidos no quisieron, ni pudieron participar, los pobres, como una infecta gangrena necesaria de extirpar.
   Esto iría por buen camino si se persiguiera a los probados delincuentes, pero eso parece no bastarnos ya. Queremos sangre, ansiamos sangre, nos excitamos ya con el acre y dulce aroma de la sangre cercana. Ahora basta con un tuiter acusador de notoria invención para condenar públicamente a cualquier ciudadano, o la portada de un periódico si te mueves en escalas de poder. Ahora la sospecha enjuicia y condena. Ahora las mentiras se disfrazan de verdad. Pero tampoco nos basta con eso. Ya criminalizamos por el hecho de pensar, si el pensamiento es distinto al nuestro, claro está. Ya hablamos sin tapujos sobre adoctrinamiento en las escuelas, el alumno denuncia al profesor por su forma de pensar y al profesor, si no adoctrina según el ideólogo que esté en el poder, expediente y a la calle. Ya nos basta un pensamiento impuro, según nuestra opinión, para llevar a escarnio público a cualquiera. Y todo eso, fíjense bien, en nombre de la democracia. ¿Qué vamos a hacer si esto no se para?, ¿nuevas cárceles para los inminentes presos políticos?
   Esto, señores, va por muy mal camino. Esta deriva ciega, sin razón, irreflexiva, inundada de odio y de soberbia, nos llevará sin remisión al extremismo radical. ¿Culparemos de todo siempre al otro sin ejercer jamás un autoexamen? La lucha será enconada y volveremos a ver en este país como, en nombre de la democracia, se vuelve a asesinar por una novia o una propiedad. Sólo es necesario que a uno se le vaya la olla, a cualquier mesiánico que se autoproclame salvador heroico de la humanidad y comenzará, como un vórtice de pasión irrefrenable, la tormenta confusa de la sangre. La bombita de la Almudena fue un ridículo aviso, un boceto esperpéntico que pronto se ha olvidado, pero vendrán más, más golpes de indignidad y de desaforada rabia, y, poco a poco, lo ridículo se irá transformando en trágico. Un golpe mal dado de un policía descerebrado a algún anciano desvalido, la muerte retransmitida en directo de algún desahuciado, el cierre improvisado de los bancos, el corralito que conduce al matadero, ese al que nos conducirá cualquier chamán de la violencia. No sé. ¿Cómo saber cuál será la espoleta que hará estallar el infierno? No puedo saberlo. Lo que sí tengo claro, desde luego, es el negrísimo devenir que nos espera, si seguimos defendiendo la bandera democrática sin practicar la democracia, es decir, sin respetar la forma de pensar de los demás, sea la que sea.

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