domingo, 31 de marzo de 2013

EL ESCRACHE Y LOS NECIOS DE LA DERECHA

 
 
Al levantarme está mañana miré al cielo y venían malos vientos que arrastraban nubes muy grises, quizá cargadas de malos augurios. No sé, parece estar tan próxima la tormenta. No importa que la primavera insista en alzar su vuelo. El cielo sigue cargándose de rabia y muy pronto, antes de lo que podamos imaginar, estallará la bomba… el huracán.

   Los de la derecha no se enteran ni se quieren enterar. La ley hipotecaria de este país es ilegal, además de inmoral, porque así lo han sentenciado los tribunales europeos. Desde el momento en que un juez, con el apoyo de las fuerzas de represión policial, la connivencia de los políticos y los intereses coercitivos de los bancos, ejecuta un desahucio de una familia, dejándoles en la calle sin amparo alguno, desvalidos, condenados a la exclusión primero y, finalmente, a la muerte por el deterioro físico que produce vivir a la intemperie y con una alimentación precaria, se está cometiendo un gravísimo atentado contra los derechos humanos de las personas. En este país se está llevando a cabo impunemente el genocidio de los pobres, sin que ningún organismo estatal mueva un dedo para evitarlo. (Aparte de las razones por los impagos y demás zarandajas que son temas que sería necesario mirar en cada caso, pero que aquí no harían otra cosa que desviarnos del tema central: el delito de atentar contra los derechos humanos fundamentales de las personas desde la estructura de poder del estado). De modo que en cada alzamiento hipotecario ejecutado, tras dicha sentencia, el juez estaría cometiendo un delito de prevaricación. Ellos, los señores de la derecha de este país, viven en su mundo de copitas de Cardhu, viajecitos pomposos, pompones, frufrús, y chulería constante, dándoselas de buenos pagadores frente a aquellos que han tenido la desgracia de quedarse sin trabajo, padecer una enfermedad crónica grave o tener un hijo dependiente, es decir, frente a aquellas personas que por más que lo deseen no pueden afrontar sus pagos. Están ciegos, borrachos de soberbia y vanidad, por los licores de la corte.  No ven la que se les viene encima. Ayer, Ada Colau, se lo dijo muy claro en un debate televisivo al señor Marhuenda, director de “La Razón” y a un diputado vasco del PP: “ Señores, deberían estarnos agradecidos, ¿saben ustedes la cantidad de personas que nos vienen diciendo que están dispuestos a poner una bomba? Y nosotros, en cambio, canalizamos esa rabia a través de nuestros psicólogos y juristas, convenciéndoles de que existen alternativas legales para arreglar su problema, logrando contener la cohesión social de este país. Pero si siguen cerrándonos todas las puertas, el pueblo desesperado seguirá insistiendo en abrirlas a la fuerza”. Todo esto, claro está, entre continuadas descalificaciones de sus interpelados. Está claro que no se enteran o no se quieren enterar, porque tienen el aliento rabioso de la fiera en el cogote y, sin embargo, siguen enarbolando los estandartes de la mentira, la manipulación y la chulería más macarra, tratando de criminalizar, injuriosamente, a la PAH, como un grupo antisistema y terrorista. Entérense de una puta vez, señores de la derecha, luchar para comer no es ser terrorista, es sobrevivir y eso forma parte de nuestro más primitivo instinto animal. Los de la PAH no luchan para robar o matar, luchan para lograr sobrevivir (aunque mucho me temo y ojalá me equivoque, que si no cambian las cosas para mejor, se verán obligados a matar para lograrlo).
   Por otro lado, no entiendo la estrategia de la PAH de visitar los domicilios de los políticos. ¿Por qué no les basta con realizar el escrache en las instituciones y en los lugares públicos que suelen visitar los políticos? ¿Por qué permitir las amenazas por parte de algunos incontrolables e, incluso, justificarlas en algunos casos? Es que no ven que, en cualquier momento, esto se les puede escapar de las manos. Es verdad que tienen razón, es verdad que el desprecio de los políticos de este país hacía su propia ciudadanía ya no tiene nombre y resulta tan asombroso como vergonzoso para cualquier ciudadano racional del mundo, es verdad que ya se hace imperiosamente necesario detener este genocidio encubierto, pero no podemos combatir, entre estos nubarrones cargados de pólvora, con antorchas incendiarias en las manos. Y es indignante, lo sé, que te criminalicen maliciosamente, manipulando indicios e inventando infundios tan deleznables como decir que la PAH y ETA vienen a ser los mismo, pero ellos son, como bien dijo anoche Ada Colau, los que tienen en las manos la riendas que mantienen controlada la rabia del pueblo frente a los desmanes inhumanos de los poderosos de este país, y ellos, también saben que, si estalla el polvorín, tendremos las de perder, porque aunque ganemos algunas batallas, las pérdidas humanas acabaran ensombreciendo cualquier atisbo de victoria. Y, además, las puertas que se abrirán serán aún más nefastas, porque serán esas por las que se nos puede colar algún mesiánico con ínfulas del franquismo del pasado. El abrumador apoyo popular que tiene la PAH es creciente porque hasta el más idiota (menos los necios soberbios de la derecha) tienen un alma sensible ante las vejaciones a las que el estado de ¿derecho? somete a sus integrantes. Han conseguido lo impensable, que se oiga su voz en las televisiones en horario de prime time. Han conseguido un millón y medio de firmas, que fácilmente podrían haber sido millones de firmas con el tiempo, para presentar la ILP. Se habla de ellos en las escuelas, los autobuses, los hospitales, los mercados de abastos… Tienen la comprensión y el apoyo de la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país. ¿Por qué acabar, entonces, con todo ese apoyo popular por la imágenes de cuatro radicales, aunque sean inventadas o estén manipuladas? ¿Por qué dar lugar a ellas con esta estrategia equivocada de coaccionar a los políticos y sus familias en sus propios hogares?
   Aquí nadie se entera, o nadie quiere enterarse, de que esto está a punto de estallar. Unos ciegos, comidos por la codicia y, los otros, ofuscados por la desesperación ante el continuo escarnio. Mientras, el reloj de la bomba sigue anunciándose con su continuo tic, tac… tic, tac… tic, tac…. ¿Cuándo estallará…?  
  

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