miércoles, 20 de marzo de 2013

EDUCACIÓN EMOCIONAL

   ¿Qué pensáis? ¿Es posible que un cirujano prestigioso y altamente remunerado tuviese tal capacidad empática como para expresar la frase: "Cambiaría todo mi prestigio y riqueza por haber sido capaz de salvar la vida de los niños que murieron siendo mis pacientes"? Seguramente sí. Y ahora, respóndanme, ¿Sería capaz de expresar lo mismo el cirujano plástico de una clínica privada? Posiblemente no, porque jamás sufrió tan terrible experiencia. Entonces ¿nos especializamos o nos deshumanizamos? ¿Pueden llegar a tener la misma capacidad empática un broker y un celador de asilo?, ¿o una enfermera y un agente judicial?

   ¿Se nace ya con una personalidad emocional definida o, en cambio, ésta es producto de la formación educativa? Si ya se nace siendo un psicópata o un santo, la humanidad no tendrá remedio y, visto lo visto, no nos quedará otra opción que resignarnos a la deriva autodestructiva hacia la que nos dirigimos. Pero si, como yo creo realmente, podemos cambiar nuestro designio a través de la educación emocional, ¿por qué nos empeñamos en seguir como ciegos por esta senda tan errada? Yo lo tengo claro. La competitividad nos ha conducido a una lucha individual sin concesiones y eso nos ha llevado a la perversión del concepto “civilización”. Ahora los civilizados son los habitantes de la ciudad de ritmo desenfrenado, desquiciado, deshumanizado, mientras señalamos a los que aún permanecen en las aldeas rurales como seres salvajes y primitivos. Idolatramos el yo, el ego(ismo), y eso acabará con nosotros. Ya hemos olvidado que, en los albores de la civilización, la recogida de una buena siembra siempre fue un acto colectivo, que si conseguimos doblegar a las fieras fue porque nos enfrentamos a ellas siempre en grupo. Ahora, con el poder de las armas de fuego en nuestras manos, ya nos sobran los compañeros y detestamos compartir. Ya, en los altos edificios de nuestras modernas ciudades, no queda el más mínimo atisbo de la tribu, por más que el congreso y nuestras instituciones estén repletos de chamanes que siguen engañándonos con sus brujerías y sus intereses financieros. Ellos fueron quienes lo pervirtieron todo, desde el momento en el que, con la ayuda de sus dioses inventados, nos convencieron de su descendencia divina y los convertimos en faraones necesitados de esclavos que alzasen los monumentos que les otorgaban un supuesto poder inmortal.

   Ya es hora de desandar los pasos errados y comenzar de nuevo. La ciencia va por buen camino, avanza a pasos de titán y los descubrimientos de nuevas energías, robótica o nanotecnologías médicas, por poner tres ejemplos, nos facilitarán nuestras vidas. Sin embargo nos hemos olvidado ya de otras ciencias tan importantes o más que estas. La filosofía ha dejado de ser asignatura en secundaria, de la metafísica ya ni se habla, la psicología se ocupa más del marketing publicitario que de las personas, el pensamiento ha quedado relegado al eco absurdo de un loro idiota (decimos lo que nos dicen, pero no pensamos) y la verdad no es más que una mentira mil veces repetida. Ni siquiera la experiencia nos puede ayudar porque, hoy en día, nuestras experiencias son más virtuales que reales.

   La especialización nunca será el camino para descifrar los innumerables enigmas de la complejidad humana. Deberíamos sentir en nuestra sangre la vida de otros muchos para ser capaces de comprendernos a nosotros mismos. Sólo a través de la emocionalidad razonada, de una correcta educación emocional, lograremos redireccionar nuestro aciago destino. Si queremos abandonar la era del egoísmo, de la lucha sin cuartel entre nosotros, y comenzar una nueva era de colaboración y solidaridad, no tendremos más remedio que ponernos manos a la obra. Ya, de forma imperativa.

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