domingo, 31 de marzo de 2013

EL ESCRACHE Y LOS NECIOS DE LA DERECHA

 
 
Al levantarme está mañana miré al cielo y venían malos vientos que arrastraban nubes muy grises, quizá cargadas de malos augurios. No sé, parece estar tan próxima la tormenta. No importa que la primavera insista en alzar su vuelo. El cielo sigue cargándose de rabia y muy pronto, antes de lo que podamos imaginar, estallará la bomba… el huracán.

   Los de la derecha no se enteran ni se quieren enterar. La ley hipotecaria de este país es ilegal, además de inmoral, porque así lo han sentenciado los tribunales europeos. Desde el momento en que un juez, con el apoyo de las fuerzas de represión policial, la connivencia de los políticos y los intereses coercitivos de los bancos, ejecuta un desahucio de una familia, dejándoles en la calle sin amparo alguno, desvalidos, condenados a la exclusión primero y, finalmente, a la muerte por el deterioro físico que produce vivir a la intemperie y con una alimentación precaria, se está cometiendo un gravísimo atentado contra los derechos humanos de las personas. En este país se está llevando a cabo impunemente el genocidio de los pobres, sin que ningún organismo estatal mueva un dedo para evitarlo. (Aparte de las razones por los impagos y demás zarandajas que son temas que sería necesario mirar en cada caso, pero que aquí no harían otra cosa que desviarnos del tema central: el delito de atentar contra los derechos humanos fundamentales de las personas desde la estructura de poder del estado). De modo que en cada alzamiento hipotecario ejecutado, tras dicha sentencia, el juez estaría cometiendo un delito de prevaricación. Ellos, los señores de la derecha de este país, viven en su mundo de copitas de Cardhu, viajecitos pomposos, pompones, frufrús, y chulería constante, dándoselas de buenos pagadores frente a aquellos que han tenido la desgracia de quedarse sin trabajo, padecer una enfermedad crónica grave o tener un hijo dependiente, es decir, frente a aquellas personas que por más que lo deseen no pueden afrontar sus pagos. Están ciegos, borrachos de soberbia y vanidad, por los licores de la corte.  No ven la que se les viene encima. Ayer, Ada Colau, se lo dijo muy claro en un debate televisivo al señor Marhuenda, director de “La Razón” y a un diputado vasco del PP: “ Señores, deberían estarnos agradecidos, ¿saben ustedes la cantidad de personas que nos vienen diciendo que están dispuestos a poner una bomba? Y nosotros, en cambio, canalizamos esa rabia a través de nuestros psicólogos y juristas, convenciéndoles de que existen alternativas legales para arreglar su problema, logrando contener la cohesión social de este país. Pero si siguen cerrándonos todas las puertas, el pueblo desesperado seguirá insistiendo en abrirlas a la fuerza”. Todo esto, claro está, entre continuadas descalificaciones de sus interpelados. Está claro que no se enteran o no se quieren enterar, porque tienen el aliento rabioso de la fiera en el cogote y, sin embargo, siguen enarbolando los estandartes de la mentira, la manipulación y la chulería más macarra, tratando de criminalizar, injuriosamente, a la PAH, como un grupo antisistema y terrorista. Entérense de una puta vez, señores de la derecha, luchar para comer no es ser terrorista, es sobrevivir y eso forma parte de nuestro más primitivo instinto animal. Los de la PAH no luchan para robar o matar, luchan para lograr sobrevivir (aunque mucho me temo y ojalá me equivoque, que si no cambian las cosas para mejor, se verán obligados a matar para lograrlo).
   Por otro lado, no entiendo la estrategia de la PAH de visitar los domicilios de los políticos. ¿Por qué no les basta con realizar el escrache en las instituciones y en los lugares públicos que suelen visitar los políticos? ¿Por qué permitir las amenazas por parte de algunos incontrolables e, incluso, justificarlas en algunos casos? Es que no ven que, en cualquier momento, esto se les puede escapar de las manos. Es verdad que tienen razón, es verdad que el desprecio de los políticos de este país hacía su propia ciudadanía ya no tiene nombre y resulta tan asombroso como vergonzoso para cualquier ciudadano racional del mundo, es verdad que ya se hace imperiosamente necesario detener este genocidio encubierto, pero no podemos combatir, entre estos nubarrones cargados de pólvora, con antorchas incendiarias en las manos. Y es indignante, lo sé, que te criminalicen maliciosamente, manipulando indicios e inventando infundios tan deleznables como decir que la PAH y ETA vienen a ser los mismo, pero ellos son, como bien dijo anoche Ada Colau, los que tienen en las manos la riendas que mantienen controlada la rabia del pueblo frente a los desmanes inhumanos de los poderosos de este país, y ellos, también saben que, si estalla el polvorín, tendremos las de perder, porque aunque ganemos algunas batallas, las pérdidas humanas acabaran ensombreciendo cualquier atisbo de victoria. Y, además, las puertas que se abrirán serán aún más nefastas, porque serán esas por las que se nos puede colar algún mesiánico con ínfulas del franquismo del pasado. El abrumador apoyo popular que tiene la PAH es creciente porque hasta el más idiota (menos los necios soberbios de la derecha) tienen un alma sensible ante las vejaciones a las que el estado de ¿derecho? somete a sus integrantes. Han conseguido lo impensable, que se oiga su voz en las televisiones en horario de prime time. Han conseguido un millón y medio de firmas, que fácilmente podrían haber sido millones de firmas con el tiempo, para presentar la ILP. Se habla de ellos en las escuelas, los autobuses, los hospitales, los mercados de abastos… Tienen la comprensión y el apoyo de la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país. ¿Por qué acabar, entonces, con todo ese apoyo popular por la imágenes de cuatro radicales, aunque sean inventadas o estén manipuladas? ¿Por qué dar lugar a ellas con esta estrategia equivocada de coaccionar a los políticos y sus familias en sus propios hogares?
   Aquí nadie se entera, o nadie quiere enterarse, de que esto está a punto de estallar. Unos ciegos, comidos por la codicia y, los otros, ofuscados por la desesperación ante el continuo escarnio. Mientras, el reloj de la bomba sigue anunciándose con su continuo tic, tac… tic, tac… tic, tac…. ¿Cuándo estallará…?  
  

viernes, 29 de marzo de 2013

LAS MIL CARAS Y LA CRUZ MORTAL

    Le pido perdón de antemano, querido lector, pero es que hoy tengo ganas de morder y sé que la mordedura será incomoda. Uno piensa que, con los años, los ilusos ideales se abandonan para abrazar la realidad. Y ocurre así en parte, sobre todo, en todo cuanto se ve afectado por tu merma de fuerzas, tu decrepitud creciente, las defensas anatómicas a las adversidades, pero en la otra parte, la moral, esa que los psicólogos denominan “tu alma emocional” sólo te enteras a base de tortazos de cruda e innegable verdad. Siempre pensé que el dinero no otorgaba la dignidad, que el pobre era un ser humano tan digno como Bill Gates o Rockefeller. Sin embargo, ¡qué equivocado estaba! Y no es que ahora piense que la dignidad sí la da el dinero, no. Es que he acabado convencido con los años de que la dignidad la regalan los otros y, esos otros, no quieren mirar al pobre como un igual. Cuando se acaba el dinero desaparecen todos. No de golpe, imagino, sino paulatinamente, como el goteo lento de la sangre del suicida que acaba de cortarse las venas. Todo empieza por el declive de la imagen, la puta apariencia prefiero nominarla yo. Las ropas del pobre se desgastan sin poder renovarlas y ya no le miran igual al entrar en cualquier tienda, no digamos ya en un banco. Desde lejos le miran, como a un apestado o leproso que insiste en contagiarles tan denigrante enfermedad. Le hacemos el pasillo, sí, pero no por dejarle nuestro espacio, sino por alejarnos del suyo. Y todos hablamos de él, pero evitamos hablarle. Esa es la verdad: el pobre no tiene dignidad porque los que no lo son se la niegan. Con el tiempo, el aspecto empeora con la escombrera que cargan en la boca, dentaduras rotas, pozos en los ojos, la vergüenza incrustada al rostro, y ya su imagen viene a ser para nosotros la de cualquier cartel de un fugitivo en busca y captura (y no me piensen en el Bárcenas, irónicos del carajo). Su estatus es premiado, de repente, por el subconsciente colectivo. Ahora ya es indigno y delincuente. Esa es la verdad y nuestras cárceles están llenas de ellos.
   Es entonces cuando comienza el calvario, tan en boga por estas plañideras fiestas, y el colectivo, sin compasión, les echará encima sus perros, Hacienda, Interior, Justicia y otros, también de funestos nombres. Y los perros serán crueles, se regocijarán en su tortura, mientras los otros, gente como usted o como yo, miramos hacia otro lado con horizontes de ensoñación. No queremos saber, no queremos ver para evitar saber, no los queremos sino en su gueto, lejos, muy lejos de nuestra apacible serenidad. Eso sí, cuando opinemos en las redes sociales bordaremos el papel de chicos y chicas solidarias, y abogaremos por su natal dignidad. Sí, todos sabemos que la vida es teatro desde que Calderón nos lo aclaró, pero también sabemos que una buena interpretación nos endulzará la vida (y ahora soy yo el irónico del carajo).
   Nosotros somos la cara de los mil rostros, que usaremos según nos convenga, y ellos, los pobres, son la cruz, ese instrumento de tortura y muerte que tanto idolatramos y al que, por estas fechas, hasta le cantamos saetas en plena adoración. Y una vez que el pobre se ve en él, claveteado al rígido madero, ya sin un ápice de la dignidad que le negamos, y abierto en un sinfín de heridas por las que no cesa de escapar su vida, es normal que se pregunté: ¿Qué más da, si más pronto que tarde me ha de llegar la hora? Y será muy posible que se responda: Al menos, de este modo, le quedará la paga de viudedad y orfandad a la familia. Ya no se verán arrastrados por mi culpa a este terrible infierno. ¿Qué?, ¿le ha dolido la mordedura? Porque siempre miramos las noticias sobre suicidios desde otras perspectivas, las presiones de los acreedores (bancos solemos decir, en general), el inhumano proceder de nuestro pragmático (eufemismo de asesino) gobierno, las corporaciones coercitivas, los señores del nuevo orden mundial, etc, pero nunca lo miramos desde la perspectiva de nuestro propio rechazo social, desde nuestra falsa interpretación de las apariencias, desde nuestra ocultada coparticipación en la culpabilidad y, por tanto, en los hechos.
   En fin, espero no haberles amargado el día, creo que es bueno para nuestra “alma emocional” sufrir, de vez en cuando, alguna dentellada que nos obligue a quitarnos la máscara frente al espejo y reconocer nuestros errores, porque eso nos enraíza al ser humano, salvándonos del salvajismo. A nosotros mismos y, con el tiempo, espero que también a ellos, los pobres que ya tiemblan en su cruz, sin ningún Dios que les ampare.

jueves, 28 de marzo de 2013

EN NOMBRE DE LA DEMOCRACIA

   Esto va por muy mal camino. Se nos llena la boca con la palabra democracia y ni tan siquiera sabemos discernir, ni reflexionar sobre el verdadero concepto de la misma. Nos jactamos de ser el país más solidario y, sin embargo, la desconfianza incrustada en nuestro corazón crece como un cáncer sin curación posible. ¡Qué paradoja! ¡Y cuánta hipocresía! Ahora perseguimos, acosamos, coaccionamos, amenazamos. Los bancos a los deudores, los desesperados a los políticos (sí, los desesperados, porque los que aún no lo están siguen mirando para otro lado), los universitarios a sus rectores, los del PSOE a los del PP y los del PP a todos, los periodistas a los de ideología distinta, los policías a quien le mandan, el vecino a sus vecinos, el juez a quien le dejan, el ateo a quien tiene fe, el misógino a las feministas, el rico al que quiere apoderarse de su dinero y el pobre… el pobre a nadie, el pobre se esconde. En esta batalla de acechantes, de lascivos escrutadores, de rumoreadores impíos, de acusaciones no infundadas pero sin la matización fundamental, de interpretaciones convenientes y enjuiciadores interesados, siempre acaban perdiendo los mismos: los que escondidos no quisieron, ni pudieron participar, los pobres, como una infecta gangrena necesaria de extirpar.
   Esto iría por buen camino si se persiguiera a los probados delincuentes, pero eso parece no bastarnos ya. Queremos sangre, ansiamos sangre, nos excitamos ya con el acre y dulce aroma de la sangre cercana. Ahora basta con un tuiter acusador de notoria invención para condenar públicamente a cualquier ciudadano, o la portada de un periódico si te mueves en escalas de poder. Ahora la sospecha enjuicia y condena. Ahora las mentiras se disfrazan de verdad. Pero tampoco nos basta con eso. Ya criminalizamos por el hecho de pensar, si el pensamiento es distinto al nuestro, claro está. Ya hablamos sin tapujos sobre adoctrinamiento en las escuelas, el alumno denuncia al profesor por su forma de pensar y al profesor, si no adoctrina según el ideólogo que esté en el poder, expediente y a la calle. Ya nos basta un pensamiento impuro, según nuestra opinión, para llevar a escarnio público a cualquiera. Y todo eso, fíjense bien, en nombre de la democracia. ¿Qué vamos a hacer si esto no se para?, ¿nuevas cárceles para los inminentes presos políticos?
   Esto, señores, va por muy mal camino. Esta deriva ciega, sin razón, irreflexiva, inundada de odio y de soberbia, nos llevará sin remisión al extremismo radical. ¿Culparemos de todo siempre al otro sin ejercer jamás un autoexamen? La lucha será enconada y volveremos a ver en este país como, en nombre de la democracia, se vuelve a asesinar por una novia o una propiedad. Sólo es necesario que a uno se le vaya la olla, a cualquier mesiánico que se autoproclame salvador heroico de la humanidad y comenzará, como un vórtice de pasión irrefrenable, la tormenta confusa de la sangre. La bombita de la Almudena fue un ridículo aviso, un boceto esperpéntico que pronto se ha olvidado, pero vendrán más, más golpes de indignidad y de desaforada rabia, y, poco a poco, lo ridículo se irá transformando en trágico. Un golpe mal dado de un policía descerebrado a algún anciano desvalido, la muerte retransmitida en directo de algún desahuciado, el cierre improvisado de los bancos, el corralito que conduce al matadero, ese al que nos conducirá cualquier chamán de la violencia. No sé. ¿Cómo saber cuál será la espoleta que hará estallar el infierno? No puedo saberlo. Lo que sí tengo claro, desde luego, es el negrísimo devenir que nos espera, si seguimos defendiendo la bandera democrática sin practicar la democracia, es decir, sin respetar la forma de pensar de los demás, sea la que sea.

martes, 26 de marzo de 2013

LA OBRA Y SU AUTOR

   “Desde luego, tenemos la costumbre de admirar todos los días a bandidos colosales, cuya opulencia venera con nosotros el mundo entero, pese a que su existencia resulta ser, si se la examina con un poco más de detalle, un largo crimen renovado todos los días, pero esa gente goza de gloria, honores y poder, sus crímenes están consagrados por las leyes, mientras que, por lejos que nos remontemos en la historia, todo nos demuestra que un hurto venial, y sobre todo de alimentos mezquinos, tales como mendrugos de pan, jamón o queso, granjea sin falta a su autor el oprobio explícito, los rechazos categóricos de la comunidad, los castigos mayores, el deshonor automático y la vergüenza inexpiable, y eso por dos razones: en primer lugar porque el autor de sus delitos es, por lo general, un pobre y ese estado entraña en sí una indignidad capital y, en segundo lugar, porque el acto significa una especie de rechazo tácito hacia la comunidad. El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprende?... Por eso, la represión de los hurtos de poca importancia se ejerce, fíjese bien, en todos los climas, con un rigor extremo, no sólo como medio de defensa social, sino también, y sobre todo, como recomendación severa a todos los desgraciados para que se mantengan en su sitio y en su casta, tranquilos, contentos y resignados a diñarla por los siglos de los siglos de miseria y de hambre… “
   Hace unos días mantuve a través de Facebook un debate muy interesante sobre sí ha de ser condenable la obra de un autor, en caso de haber sido éste acusado por colaboracionista con el fascismo, stalinismo o cualquier otro sistema asesino que hayamos tenido en la historia. Yo defiendo rotundamente que no, porque la acusación pudo ser errónea, porque la obra pudo ser escrita mucho antes de los actos vitales por los que se acusa al autor y, por tanto, desde otra perspectiva o, simplemente, porque la obra nunca es condenable, en todo caso lo será la interpretación subjetiva que defienda cada cual. Tendemos a mitificar a los autores porque, vanidosamente, aspiramos a la mitificación histórica de nosotros mismos. La obra y el autor son dos entes diferenciados. La obra permanece intacta a través de los tiempos, mientras que el autor, en su corta vida, puede llegar a ser tan voluble como la veleta que nos indica la dirección del conveniente viento. Bien, el texto insertado arriba pertenece a “Viaje al fin de la noche”, novela de un escritor francés, Louis Ferdinand Cèline, acusado y condenado por colaboracionista con los nazis. Sólo os pido que leáis sin prejuicios el texto, como si no supierais quién lo escribió y, después, respondedme: ¿Acaso no podía haber sido escrito perfectamente por un escritor de ideología anarquista? ¿Acaso veis algún atisbo de fascismo en él?
   Ahora, colocaré la segunda parte del texto escogido. En él podréis leer cómo sus palabras son explícitamente antifascistas, y pacifistas, en todo caso. Sin embargo, esta obra inconmensurable ya está condenada y durante siglos será rechazada y relegada al ostracismo por muchos, mal llamados a sí mismos, intelectuales de izquierda.
  
Sin embargo, hasta ahora los rateros conservaban una ventaja en la República, la de verse privados del honor de llevar las armas patrióticas. Pero, a partir de mañana, esta situación va a cambiar, a partir de mañana yo, un ladrón, voy a ocupar mi lugar en el ejército… Esas son las órdenes… En las altas esferas han decidido hacer borrón y cuenta nueva a propósito de lo que ellos llaman mi “momento de extravío” y eso, fíjese bien, por consideración a lo que llaman “el honor de mi familia”. ¡Qué mansedumbre! Dígame, compañero: ¿va a ser, entonces, mi familia la que sirva de colador y criba para las balas francesas y alemanas mezcladas?... Voy a ser yo y sólo yo, ¿no? Y cuando haya muerto, ¿será el honor de mi familia el que me haga resucitar?... Hombre, mire, me la imagino desde aquí, mi familia, pasada la guerra… Como todo pasa… Me imagino a mi familia brincando, gozosa, sobre el césped del nuevo verano, los domingos radiantes… Mientras debajo, a tres pies, el papá, yo, comido por los gusanos y mucho más infecto que un kilo de zurullos del 14 de julio, se pudrirá de lo lindo con toda su carne decepcionada… ¡Abonar los surcos del labrador anónimo es el porvenir del soldado auténtico! ¡Ah, compañero! ¡Este mundo, se lo aseguro, no es sino una inmensa empresa para cachondearse del mundo! Usted es joven. ¡Qué esos minutos de sagacidad le valgan por años! Escúcheme bien, compañero, y no deje pasar nunca más, sin calar en su importancia ese signo capital con que resplandecen todas las hipocresías criminales de nuestra sociedad: “El enternecimiento ante la suerte, ante la condición del miserable…”. Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros es que van a convertiros en carne de cañón… Es la señal… Infalible… Por el afecto empiezan…”
 
   ¿Acaso deberíamos condenar estas palabras? ¿Alguien abogaría por ello?

miércoles, 20 de marzo de 2013

EDUCACIÓN EMOCIONAL

   ¿Qué pensáis? ¿Es posible que un cirujano prestigioso y altamente remunerado tuviese tal capacidad empática como para expresar la frase: "Cambiaría todo mi prestigio y riqueza por haber sido capaz de salvar la vida de los niños que murieron siendo mis pacientes"? Seguramente sí. Y ahora, respóndanme, ¿Sería capaz de expresar lo mismo el cirujano plástico de una clínica privada? Posiblemente no, porque jamás sufrió tan terrible experiencia. Entonces ¿nos especializamos o nos deshumanizamos? ¿Pueden llegar a tener la misma capacidad empática un broker y un celador de asilo?, ¿o una enfermera y un agente judicial?

   ¿Se nace ya con una personalidad emocional definida o, en cambio, ésta es producto de la formación educativa? Si ya se nace siendo un psicópata o un santo, la humanidad no tendrá remedio y, visto lo visto, no nos quedará otra opción que resignarnos a la deriva autodestructiva hacia la que nos dirigimos. Pero si, como yo creo realmente, podemos cambiar nuestro designio a través de la educación emocional, ¿por qué nos empeñamos en seguir como ciegos por esta senda tan errada? Yo lo tengo claro. La competitividad nos ha conducido a una lucha individual sin concesiones y eso nos ha llevado a la perversión del concepto “civilización”. Ahora los civilizados son los habitantes de la ciudad de ritmo desenfrenado, desquiciado, deshumanizado, mientras señalamos a los que aún permanecen en las aldeas rurales como seres salvajes y primitivos. Idolatramos el yo, el ego(ismo), y eso acabará con nosotros. Ya hemos olvidado que, en los albores de la civilización, la recogida de una buena siembra siempre fue un acto colectivo, que si conseguimos doblegar a las fieras fue porque nos enfrentamos a ellas siempre en grupo. Ahora, con el poder de las armas de fuego en nuestras manos, ya nos sobran los compañeros y detestamos compartir. Ya, en los altos edificios de nuestras modernas ciudades, no queda el más mínimo atisbo de la tribu, por más que el congreso y nuestras instituciones estén repletos de chamanes que siguen engañándonos con sus brujerías y sus intereses financieros. Ellos fueron quienes lo pervirtieron todo, desde el momento en el que, con la ayuda de sus dioses inventados, nos convencieron de su descendencia divina y los convertimos en faraones necesitados de esclavos que alzasen los monumentos que les otorgaban un supuesto poder inmortal.

   Ya es hora de desandar los pasos errados y comenzar de nuevo. La ciencia va por buen camino, avanza a pasos de titán y los descubrimientos de nuevas energías, robótica o nanotecnologías médicas, por poner tres ejemplos, nos facilitarán nuestras vidas. Sin embargo nos hemos olvidado ya de otras ciencias tan importantes o más que estas. La filosofía ha dejado de ser asignatura en secundaria, de la metafísica ya ni se habla, la psicología se ocupa más del marketing publicitario que de las personas, el pensamiento ha quedado relegado al eco absurdo de un loro idiota (decimos lo que nos dicen, pero no pensamos) y la verdad no es más que una mentira mil veces repetida. Ni siquiera la experiencia nos puede ayudar porque, hoy en día, nuestras experiencias son más virtuales que reales.

   La especialización nunca será el camino para descifrar los innumerables enigmas de la complejidad humana. Deberíamos sentir en nuestra sangre la vida de otros muchos para ser capaces de comprendernos a nosotros mismos. Sólo a través de la emocionalidad razonada, de una correcta educación emocional, lograremos redireccionar nuestro aciago destino. Si queremos abandonar la era del egoísmo, de la lucha sin cuartel entre nosotros, y comenzar una nueva era de colaboración y solidaridad, no tendremos más remedio que ponernos manos a la obra. Ya, de forma imperativa.

lunes, 18 de marzo de 2013

¡QUÉ BAILE MÁS TRISTE!

   Pues resulta que, en Estados Unidos, se ha puesto de moda identificar las desgracias ajenas con la fiesta colectiva y desenfrenada. Pero esto dicho así suena a majadería, ¿verdad? Como a toda frase que encierra la intención de desvelar lo oculto, le es necesaria la matización. Expliquémonos pues. Hace unos días vi en el telediario una noticia realmente curiosa por estrambótica, pero en la que yo detecto una clara manipulación de cambiar la personalidad emocional de nuestra juventud, o sea, la humanidad en el futuro. La noticia es ciertamente jocosa, incluso ridícula pudiera parecer a algunos. El hecho es que unos reporteros de no sé qué televisión norteamericana tras entrevistar a una afroamericana pobre y desesperada por el incendio de su casa, deciden manipular el video con melodías y ritmos desenfrenados y consiguiendo un curioso efecto de rapeo en la voz de la entrevistada. ¿El resultado? La música anula el mensaje inicial, el ritmo enloquece las piernas y, quieras o no quieras, se impone bailar. Una vez concluido el trabajito lo han colgado en internet y, en cuestión de meses, el vídeo ha traspasado las fronteras internacionales. Millones de visitas diarias colman de dólares la cuenta de los productores. Alucinante. Las imágenes del telediario mostraban a un grupo de universitarios, disfrazados de plátanos, bailando al ritmo enloquecido del experimento dentro de un avión en vuelo. La negra ya no es pobre, ni llora por su casa incinerada. Ahora graba anuncios publicitarios y mantiene con su caché a su representante, mientras su desgracia, entonces irreparable, divierte a los votantes americanos.
   Al parecer no es la primera vez que realizan tal manipulación, ya antes hicieron lo mismo con un conductor que acababa de sufrir un accidente de automóvil. Pero este experimento les ha salido mucho mejor, siempre hay más morbo en un incendio y, además, así se calman las ansias pirómanas de los más rebeldes. Ya saben eso de que la música amansa a las fieras. ¿Qué será lo próximo? ¿Un antiguo pensionista sin pensión al que se le acaba de morir su esposa sin atención médica y sin medicamentos? Porque algo así ya debe ser la hostia, pensarán los universitarios imbéciles del avión. Pero el  problema, señores, es que esos gilipollas no son más que una pequeñísima isla en el creciente mar que hoy ya baila con el dolor de la “negrata”.
   No sé, quizá yo sea un paranoico o delire con los humos de mi habitación, pero a mí esto, más que una moda pasajera para idiotas, me huele a conspiración con una clara intencionalidad. Su intención, la de los señores invisibles que manejan el cotarro y sus monigotes, los políticos que nos gobiernan, es aniquilarnos, mientras los unos se descojonan con las desgracias de los otros. Para ellos, una vez que dejamos de ser productivos, no somos más que deshecho sobrante. ¿Por qué tener que costear un problema, si podemos evitar el problema?, se preguntarán. Y la respuesta es evidente. Nos dejarán pudrirnos en la podredumbre de nuestras miserias. Pero ¿cómo evitar la revuelta social ante el genocidio? Seguro que ya están convencidos de haber hallado la respuesta, al ver a sus hijos bailando en el avión.
   Ya sabe, amigo lector, si en el futuro se le muere un familiar cercano será mejor que no se lo cuente a nadie, no vaya a ser que le dé por bailar, o le graben para que bailen otros.

viernes, 15 de marzo de 2013

   JAVIER, UNO MÁS  



   Otro más. Ayer supe que el sábado cayó otro más. Uno más en el imparable ascenso de la estadística de suicidios en España. Uno más para la gran mayoría inconsciente que pasa por la vida sin mirar al lado, uno más para usted, posiblemente, pero a mí esta vez me tocó de cerca. Tampoco es que fuera un amigo, por mucho que se empeñe el facebook. Mi relación con él fue siempre enigmática, pues su silencio tenía el extraño efecto de acosarme con preguntas. ¿Quién era ese hombre, que a todas horas del día estaba ahí, poniéndote un “me gusta”? Aparte de eso, jamás un comentario, sólo fotografías bellas, del cosmos y la naturaleza fundamentalmente, y alguna frase que insuflaba ánimo a los desesperados. Según la información de su biografía era experto en marketing, desarrollo de negocios y estratega de comunicación, licenciado en la complutense de Madrid. Un hombre culto, preparado, que se acaba viendo relegado al ostracismo por esta terrible crisis y la gestión que de ella están haciendo nuestros inhumanos políticos. Un hombre al que ya los bancos se lo habían quitado todo, según informaciones que he ido recabando, condenado a la exclusión y ya sin otra posibilidad de comunicación que las redes sociales y, sin embargo, escogió el silencio y, finalmente, la muerte. ¿Por qué?
   No gritaba su desesperación exigiendo el ajusticiamiento de los culpables. No solía hacer comentarios políticos exacerbados. Nunca la emoción de la rabia asomó en su página. Era como si en plena tormenta del siglo, con terribles azotes de relámpagos bancarios, hubiese alcanzado la paz, la serenidad interior. Y escogió observar la belleza a través de la pantalla, el polvo de las estrellas, las órbitas más celestiales, los paisajes más oníricos. Casas construidas en lugares imposibles, sendas que conducen al paraíso, nubes que navegan libres por el aire y lloran de emoción ante los pies desnudos de los niños. Al igual que muchos otros no solicitó ayuda y nadie reparó en que la necesitara. Vivimos en un universo paralelo al real, un mundo de ensoñaciones, en el que procuramos olvidarnos de la hoja que pende sobre nuestro cuello, para vivir con plenitud la virtualidad auto-injertada en el cerebro. Somos así, más amantes de la huida que del sacrificio. Pero la realidad es implacable y si no la aceptas con resignación te acaba derribando, mientras nadie alrededor lo percibe, obnubilados por sus propios sueños.
   Javier era su nombre, calculo su edad en torno a los 50 años. Joven, demasiado joven para ser sacrificado por su país. Y preparado, demasiado preparado como para que un país prescinda de él. Pero ¿qué estamos haciendo?, ¿qué país estamos concibiendo? ¿Hemos perdido ya todos los valores? ¿Acaso estamos locos? ¿Cómo podemos seguir permitiendo que personas buenas, como Javier, se sigan suicidando? ¿Es que ya no somos más que gélidos espectadores del morbo y la destrucción? Si seguimos permitiendo este drama histórico será que ya no nos queda dignidad y no volveremos a tenerla jamás. Descanses en paz, amigo Javier, espero que te hayas convertido en polvo de estrellas y desde el cosmos nos observes con compasión.

jueves, 14 de marzo de 2013

AULLIDO POLÍTICAMENTE INCORRECTO 2

   Quienes expusieron sus cerebros al Cielo, bajo Él, y vieron bolcheviques emergiendo desde el subsuelo de la torre Eiffel. Quienes sabotearon universidades con la roja sangre de sus banderas y gritaron revoluciones entre las ranuras de los adoquines. Quienes hicieron el amor, fumando marihuana, bajo los ojos soñadores de las estrellas y renegaron los altavoces de la guerra. Quienes mitificaron a Ghandi y abrazaron carteles de Stalin. Hoy, dirigen los bancos que nos desahucian, el gobierno que nos engaña, la justicia que nos extorsiona.
   Quienes gritaron, pero mantuvieron siempre las formas, mientras sostenían la hoz y el martillo en la mano izquierda y el crucifijo y la sotana en la diestra. Quienes follaban en orgias liberales en su juventud y ahora, en secreto, pagan a chaperos que les descarnen el culo. Quienes lo probaron todo, sexo, droga y rokc&roll y ahora procuran ocultarlo, aunque se jactan de ello en exclusivos clubs de golf y de fulanas. Quienes nos prometieron un sueño de milagro colectivo, de derechos colmados sin exigentes sacrificios. Quienes portaban banderas demócratas y convirtieron un negro elixir en la chispa de la vida. Hoy, dirigen los bancos que nos estafan, el gobierno que nos estrangula, la justicia que nos esclaviza.
    Quienes repudiaron el convencionalismo de sus padres y destaparon la moral, la Movida, el diseño pop de la ironía, el desenfreno y el cándado lo guarda todo oculto en el cajón. Quienes bailaron al ritmo de la batería de Deep Purple y cantaron junto a Janis en antros de suelos de alcohol pegajoso y bandejas plateadas de relucientes rayas blancas. Quienes se dejaron las barbas del Ché y, ahora, se hacen trasplantes de cabello. Quienes durmieron en los ojos del tigre volador por las costas de la libertad, pero finalmente se aferraron a la reja y se encadenaron a ella con la intención de no abandonar jamás su jaula de oro. Quienes nos dijeron ¡Vótame y te lo entregaré todo! Hoy, dirigen los bancos que nos suicidan, el gobierno que nos defenestra, la justicia que nos asesina sin compasión.  

miércoles, 13 de marzo de 2013

AULLIDO POLÍTICAMENTE INCORRECTO

    He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la codicia, histéricos ahítos de anabolizantes, muertos de ataraxia en el interior de sus flamantes vehículos, niquelados al amanecer buscando más poder y más dinero en la oscuridad de los despachos. Espantapájaros dorados, relucientes en su cerca financiera y exclusiva durante el día, mientras en la noche buscan la secreta claridad de las cavernas, el éxtasis de lo inconfesable.
   Les he visto mamársela al inútil de su jefe, vender su dignidad al mejor postor, pisotear con fabulosos regalos la conciencia de sus hijos, usar y tirar a sus mujeres. Les he visto brillar como efímeros reyes en la cúspide de coloridas montañas de basura y vendernos éstas como alimento saludable en Omega 3, arrasar bosques para construir palacios sin jardines, orinar en el río y, luego, embotellarnos su agua.
   He visto a los mejores cerebros de mi generación reptar como culebras por el suelo buscando billetes de 500 euros que les otorgasen un status social. Les he visto estafar a ancianos que se negaban a cruzar el umbral de la muerte, usar a niños como esclavos y a mujeres y otros hombres a los que tratan mucho peor que a sus domesticados animales.  Les he visto renegar de la eutanasia en público y, en la intimidad, elaborar planes de genocidio que obligan a otros a ejecutar.
   He visto a los mejores cerebros de mi generación nadar en cocaína y depravación mientras nos acusaban de vivir por encima de nuestras posibilidades. Les he visto vender su alma y su conciencia tras convertirse en políticos. He visto sus dientes en la noche, ávidos de la mordedura mortal y sus manos llenas de sangre, diseñando la estructura laberíntica que nos sostiene.  

martes, 12 de marzo de 2013

REVOLUCIONARIOS DEL KARAJO

   Ser revolucionario no es escribir Que con K, o Kapitalista, por ejemplo. Ser revolucionario es saber pensar y enseñar a los demás a hacerlo. No puedo comprender a aquellos que por ir de cani moderno, o snobista underground, o muestre en su escaparate personal una posturita de ácrata irredento, o vaya usted a saber qué otra estupidez, rechaza el esfuerzo de comprender y hacerse comprender por los demás. Sólo hay una cosa peor que rechazar el conocimiento: suicidarse. Aunque, en realidad, ambas cosas vienen a ser lo mismo, sólo que en la segunda te quitas la vida de golpe y en la primera es necesario llevarse su tiempo, lo cual es aún más estúpidamente cruel.
   Hace ya casi 15 años, en un laboratorio de una universidad de Houston, un grupo de científicos lograron extraer células madres orgánicas del corazón de un ratón y consiguieron manipularlas, dándoles una orden en concreto: regenerarse. Luego, le produjeron un infarto de miocardio al ratón y tras la certificación de la muerte del animal, le inocularon las células extraídas con anterioridad: el corazón comenzó a regenerarse y el ratón inspiró nuevamente el hálito de la vida. La ciencia avanza casi a la velocidad de la luz, mientras el pensamiento del pueblo camina a paso de tortuga, a pesar del liviano peso de su mollera intelectual. El conocimiento y la información están en manos del poder y no porque este disponga de la fuerza económica o el peso de la leyes a medida. Está en sus manos porque, fundamentalmente, el grueso de la masa popular lo rechaza, no quiere leer el libro de instrucciones, no quiere molestarse en hacerse preguntas y mucho menos en buscar respuestas, prefieren ver el fútbol, contar chistes idiotas o tumbarse en el sofá y entretenerse con los dedos entre las piernas, imaginando un cielo que, en realidad, es un techo que se desploma sobre él.
   Hoy, muchas de las invenciones maravillosas que vemos en las películas futuristas ya existen, pero el poder las guarda ocultándoselas al pueblo. Carreteras inteligentes que conducirán nuestros vehículos y los recargarán de combustible eléctrico en movimiento, medicamentos inteligentes que recorrerán el interior de nuestros cuerpos, cerebros humanos recreados por ordenador (esto aun no es posible, pero forma parte de una investigación que se está realizando en Suiza y pronto lo harán realidad), hallazgos energéticos impensables, etc. Ellos, los que nos dominan, pueden cambiar con dichas invenciones nuestras vidas, en el momento que ellos decidan. Somos sus cobayas, y el que no les sirva como tal o como esclavo será eliminado. Desde el ratón de Houston, el avance biotecnológico ha sido asombroso y ya se vislumbra muy cercano el umbral de la inmortalidad. Al menos para aquel que se la pueda costear. El sistema de pensiones tendrá que desaparecer, porque será imposible que el estado pueda mantener mes tras mes a los que aspiren al privilegio de la inmortalidad. Los secretos aumentarán sus precios y aquel que no tenga posibilidad a ellos tendrá que ser sacrificado en pos de la regeneración de una mano de obra más joven y resistente. Jóvenes y resistentes que, manipulados por la publicidad engañosa y la inoculación de ensoñaciones inaccesibles, seguirán rechazando el conocimiento y el sano ejercicio de la reflexión, creyéndose modernos, vanguardistas o ácratas rebeldes e irredentos porque escriben Que con K o Kapitalista Karajote, por ejemplo.
   “No pienses, no leas, no investigues y disfrutarás mucho más del largo sufrimiento de tu muerte”: Nadie escribirá nunca está frase, porque nadie la leerá jamás.
   “Sueña mientras mueres”: Esa, acaso tampoco la haya escrito nunca nadie, pero el pueblo no necesita leerla. Sabe que es lo que debe hacer y lo hace sin saber por qué.
                             Este texto está dedicado a Fermín, ese revolucionario del Karajo que confiesa no leer para no dejar nunca de ser él mismo. ¿Es posible ser más idiota?


viernes, 8 de marzo de 2013

UNA NUEVA TERTULIA CULTURAL

   Tantos años fomentando la participación cultural del pueblo, organizando tertulias literarias y artísticas en mi ciudad y, ahora, cuando ya me he retirado de todo por cuestiones de salud, me doy cuenta de la absoluta quimera que me gobernaba. Ayer, después de semanas sin contacto exterior, me apeteció visitar una nueva tertulia que comenzaba en una tetería y era organizada por un profesor universitario y antiguo compañero en eventos de índole similar. La estrella invitada era una chica joven que dirige el departamento de filología húngara en la universidad. Me dijo que era novelista, que ya había escrito tres novelas, pero me confesó que no entendía a Kafka y que la literatura francesa le resultaba aburrida. Eso sí, le encantaba Stephen King y la ciencia ficción. ¿A qué aspiras, a aprender a escribir una novela o a publicar un Bestsellers?, le pregunté. Los poemas elegidos para la lectura eran buenos, muy buenos, de poetas húngaros del siglo XX. Qué tristes todos, dijo alguna señorita y yo me pregunté ¿por qué la mayoría de la gente carece de la capacidad de la contemporaneidad? Aquellos poetas vivieron la terrible posguerra de una Europa devastada por las bombas y la violencia, buscaban el amor entre huecos inmensos de hambre y dolor. ¿A qué iban a cantar, a la contemplación de las estrellas? Siempre cometemos el mismo ciego error, percibimos únicamente las cosas desde nuestra propia perspectiva, dentro de nuestro contexto histórico, social, económico y moral. Ya hemos perdido la capacidad de ponernos en el lugar del otro. La feroz individualidad del sistema competitivo en el que vivimos nos ha anulado cualquier posibilidad empática.
   La húngara leía los poemas en su idioma y todos aplaudían la harmonía del canto, con sonrisas bobas en el rostro. La traducción al castellano la destrozaba en su trabada lectura el organizador de la nueva tertulia. Viendo la programación de la misma, de cuatro actos que se habían organizado, tres se habían desarrollado con él como eje central y rutilante del escenario. Pero yo no le veía brillar, muy al contrario. Vi a un hombre consumido por una obsesión, la de convertirse en escritor famoso a costa de lo que sea. Vi a un señor mayor, solo, muy solo, rodeado de fantasmas, tan patéticos y tan solos como él. Este año la tertulia sacará un libro coral con poemas de todos y si no conseguimos la subvención lo pago yo, dijo con rotundidad al final de la tertulia y todos, a excepción de mi, es decir, ocho personas, aplaudían babeantes. Él suele escribir poesías sociales y otras intimidades filtradas por su particular visión de la vida y lo publica todo, varios libros al año. Alguno a través de premios locales o regionales, otros a través de alguna subvención local, otros en la editorial a la que paga y la mayoría editados por él mismo. Y así lleva toda la vida, estrella fulgurante de microtertulias locales. Hubo un momento en el que no me pude reprimir y le expresé públicamente: Deberías tener presente, compañero, que ni el amor ni el cariño se compran. Y, de repente, me asalto la duda: ¿Acaso yo también fui cómo él? Exactamente igual no creo, porque mi economía siempre me limitó bastante y nunca me gustó lamerle el culo a los editores, pero seguro que tuve momentos en mi vida en los que también abracé absurdas quimeras.
   ¿Por qué nos dejamos llevar por la irreal grandeza de un sueño de gloria, a pesar de que esa elección nos puede llevar a la más absurda senda de nuestra existencia? Y, total, ¿para qué? si ya no existe la comunicación, si ya el soliloquio desquiciado de cada uno nos impide escuchar a los demás. La cultura ha dejado de ser un acto participativo, ahora aspira al pedestal más esplendoroso del firmamento sin tener en cuenta que eso la aleja cada vez más de los que más la necesitan, ahora las estrellas prefieren estar en los carteles publicitarios y ya ni recuerdan que fue aquello de pender del cielo, ni siquiera el sol recuerda que su función esencial es darnos vida, facilitándonos la visión de los enigmas que nos rodean. No obstante, espero que la nueva tertulia de mi ciudad vaya viento en popa y crezca. Lo veo complicado, pero espero que así sea. Les deseo lo mejor. Al despedirme de Rita, la chica húngara, tan sólo le dije una cosa: Creo que escribir consiste en leer diez veces más de lo que escribes. Se despidió con un beso, estaba nerviosa, era la primera vez que leía en público. A mi compañero no le dije nada, no quise molestarle más. Lo dejé con dos tertulianos, fumadores de maría, con los que hablaba de un futuro viaje a Marruecos para asistir a no sé qué encuentro de escritores al que sólo él estaba invitado. Pero si reservar dos habitaciones te va a salir prácticamente por lo mismo que reservar una, le decían.

jueves, 7 de marzo de 2013

FÚTBOL: ¿UN BIEN SOCIAL?

   Las administraciones públicas deberían subvencionar el bien social que hacemos a este país. ¿Qué crees que estaría pasando en las calles de nuestras ciudades si no le diéramos a menudo espectáculo futbolístico al pueblo? ¿Qué harían los ciudadanos sin futbol los domingos? Tal y como está la cosa en España se acabarían matando entre ellos. Nosotros controlamos la posibilidad de una revuelta social. Cumplimos un gran servicio al país y éste debería retribuirnos por ello, dijo Manuel Llorente, presidente del Valencia F. C., en el programa Salvados del domingo en La Sexta. Y no le falta razón. No en cuanto a lo de recibir más pasta, que de esa, entre lo que deben a Hacienda, las triquiñuelas calificadoras de terreno y los regalitos de alguna que otra diputación o ayuntamiento van sobrados. Pero sí lleva razón cuando, veladamente, nos habla de la efectividad de 22 tipos pateando un balón como adormidera popular. El tal Llorente fue mano derecha de Juan Roig, presidente de Mercadona, en sus inicios. O sea, que de marketing sabe más que el rey de Burguer King, donde nos ceban con tocino a precio de entrecot francés.
   Cuando uno, en la pantalla televisiva,  ve los palcos de los estadios empieza a comprenderlo todo. En Ellos se regocijan, puro en labio y móvil de platino en la chaqueta, una ristra de banqueros y empresarios de alto standing, todos con flamantes intereses particulares. Son los mismos que financian partidos políticos a cambio de concesiones de obras; los mismos que logran cambiar la emotividad del pueblo en cuestión de horas con el anuncio de un nuevo fichaje; los mismos que condonan deudas bancarias post-electorales. El Valencia tiene aproximadamente 60.000 socios y eso son muchos votos, terminó diciendo, socarronamente, el señor Llorente a Jordi Évole en la entrevista. Normal. Pensándolo bien es mucha pasta la que está en juego para él. Tras el concurso de acreedores del Valencia, Manuel Llorente trabajaba en Bancaja, hoy Bankia, y el inmenso crédito que ésta caja otorgó al club, tras la recalificación de los terrenos del estadio, jamás podría ser devuelta. Hundieron en la miseria al anterior presidente y se hicieron con los mandos del club.
   El Valencia, posiblemente, tan sólo sea un ejemplo de la generalidad en el ámbito del fútbol español. Banqueros y altos empresarios en el palco del anfiteatro, como Césares idolatrados por un pueblo ciegamente manipulado a la hora de votar, que manejan el cotarro de la política, quitando y poniendo a quién les venga en gana, y siempre interesadamente, desde luego. Y los políticos, en la intimidad, como bufones, riéndoles las pedantes gracias y dando saltitos con las puntas de los pies alrededor, a ver si agarran algo de pastel, mientras en público procuran mantener la compostura codiciosa y aparentar un gran servicio al pueblo. Qué profunda nos la están metiendo, amigo lector, la puñalada… o es que acaso no la siente, ¿tan adormecido está por goles y penaltis? Ya lo sabe, recuerde, cada vez que sienta esa pletórica sensación de felicidad al marcar un gol su equipo, que quién, en realidad, se la regala es el mismo que cada mañana le recuerda desde el banco el pago de sus deudas, el mismo que produjo su despido al cerrar la línea de crédito de la empresa en la que usted trabajaba, el mismo que le recorta derechos cada día, exigiéndole más y más obligaciones. Sí, el futbol es arte, un magistral y maquiavélico arte de la estrategia del poder.  

miércoles, 6 de marzo de 2013

INCOMPRENSIÓN

   Todos tenemos altibajos en la vida. Desde el aristócrata millonario hasta el preso por dar sablazos, aunque, en ocasiones, ambos puedan ser el mismo.  Todos hemos tenido momentos de felicidad, de abrazar la vida comiéndonos el mundo a dentelladas, y todos, además, hemos tenido miedo alguna vez, sintiéndonos vulnerables o hundidos en la más triste pesadumbre. Todos hemos sentido o sentiremos el dolor terrible de la muerte de un ser querido o la angustia de la impotencia y también todos hemos vibrado, como el corazón de un colibrí, por la caricia del amor o la mirada frágil de la ternura. Todos, al final de nuestras vidas, habremos tenido las mismas experiencias esenciales si obviamos lo superfluo, lo material sobrante, y nos centramos en la supervivencia y el amor. Entonces… ¿por qué somos incapaces de comprendernos?
   Caminamos por el mundo como tigres de bengala, marcando territorio, aunque algunos se disfracen de sumisos cervatillos y todos nos disputamos el alimento, la supervivencia. Incluso algunos prefieren ahogarse en el olor de la carne podrida antes de compartir su despensa. ¿Por qué? Instinto animal, cosa de la naturaleza, me diréis. Pero eso no es verdad. Existen islas en las que los pájaros han renunciado al milagro de volar por la serena felicidad de un suelo calmo, pleno de frutos y sin depredadores. Islas en las que solo se amaga con disputas a la hora de derrochar amor. ¿Por qué tanta ambición nos ciega? Nunca será tan excitante pisar el acelerador de un Ferrari como lo puede llegar a ser el primer beso de la mujer amada. Jamás el beso de un hijo tendrá menos valor que cualquier sobre o palacete. En eso, creo, estaremos de acuerdo. Entonces… ¿por qué somos incapaces de comprendernos?
   Inútil guerra esta de desenfrenado acopio en la que absurdamente competimos. ¿De qué nos sirve? Todos tenemos altibajos en la vida. Hoy estás en la cúspide y mañana en la miseria, ya sea económica o moral, ya sea emocional o producto de tu desvergüenza. Hoy no ves salida y, de repente, hallas un amanecer lleno de puertas. Hoy consigues ganar una batalla y te enganchas en la lucha y, al final, los huesos se desmoronan y acabas perdiendo la guerra, posiblemente hundido en la soledad, y recordando angustiado cuántos cuellos pisaste en la vida. ¿Para que sirve esta guerra? A nosotros, el pueblo pacífico y sencillo, no nos sirve para nada porque, además, ya nacimos con el estigma de la víctima propicia. Pero, al menos, nos afirma nuestra elección, el beso de nuestra pareja en el lóbulo de la oreja mientras nos susurra un te quiero en el oído, o la mirada de asombro de tu hijo al abrir por primera vez los ojos ante resplandor de la existencia, o el olor a jazmín de un atardecer pletórico de estrellas y sonrisas. La vida merece la pena, es aún más maravillosa que el milagro de volar. La vida es un continuo éxtasis al que ninguno debiéramos renunciar. Es la realidad de un sueño que todos, si quisiéramos, podríamos compartir. Entonces… ¿por qué somos incapaces de comprendernos? En nuestras manos está. En nuestro corazón y en nuestra mente se encuentran el amor  y el entendimiento, esperando su eclosión.