jueves, 31 de enero de 2013

¿CORRUPTOS O CORRUPTORES?

   “Mucho cuidado con centrarnos sólo en los miserables de los políticos corruptos. No olvidemos a los miserables de los corruptores privados”, avisa Alberto Garzón en un comentario de facebook. Cómo les enseñan desde chiquitos a la retórica populista del engañabobos. Así van escalando, poquito a poco, hasta la cima del carisma y el prestigio, cuando todo sobre lo que se asientan es un castillo ficticio, estructurado por mentiras. Y da igual el signo político o los disfraces de color. Salvo escasas excepciones son todos iguales: sucias ratas de alcantarilla, orgullosas de sus privilegios inmorales.
   Ya está bien de vendernos la falacia de que los corruptores han sido los empresarios porque ellos son los que tienen la pasta. Eso es MENTIRA. La pasta siempre estuvo en las manos del político, que es quién destina los dineros públicos a tal o cuál obra a cambio de una suculenta comisión. Que yo sepa, el empresario normalmente tiene gastos iniciales: el desarrollo del proyecto, la entrega de aval en la licitación, los gastos financieros derivados de créditos bancarios y del retraso institucional en el pago, etcétera.
-       No te preocupes si ves complicada la financiación del proyecto. Mira, ve a hablar con el presidente de la Caja, que es amigo y compañero de partido, y le dices que vas de mi parte. Él ya está avisado. A cambio, estimad un pequeño agasajo para él.
   ¿Acaso no creen posible este extracto supuesto en los labios de cualquier alcalde, concejal de urbanismo o cualquier otro parásito de la política? Entonces de qué carajo nos está hablando el “impoluto” e “inteligente” Alberto Garzón. Está claro que es un buen opositor y va camino de ser un buen número de su promoción.
   El sábado pasado, en una cena a la que me invitaron, hablamos de esta cuestión.  P, exjefe de infraestructuras en la universidad de mi ciudad, argumentaba lo mismo que el becario Alberto. Yo, que lo acababa de conocer, lo miraba mientras recordaba mi época de director comercial, aquella en la que jamás logré venderle instalación alguna a la universidad porque sin sobre por debajo de la mesa ni te recibían. Luego, con el paso de la conversación, comprobé que el tal P no era el corruptor, era el que pusieron tras saltar el escándalo, con la intención de calmar las aguas. Y, sin embargo, coincidía plenamente con la frase de Alberto Garzón. Qué curioso y qué país tan extraño este, en el que las ratas cohabitan en palacios institucionales y la verdad se sostiene en huecos laberintos de mentiras muy, pero que muy glamorosas.

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