domingo, 23 de diciembre de 2012

LAS FOTOGRAFÍAS DEL FIN DEL MUNDO

   Ya es día 23. Ya los adivinos del cuento chino y los productores de programas apocalípticos hicieron su agosto, sí, en plena nevada invernal y con los huesos escuálidos de esta crisis. Y es que la capacidad inventiva de los embaucadores se afila, como un áspid certero y venenoso, cuando el esqueleto económico y social se resquebraja. Los Mayas tienen que estar descojonándose, allá en su submundo milenario. Ya los paranoicos más vehementes dispararon sus rifles de asalto en guarderías americanas o acuchillaron también a niños en Pekín, para salvarles, claro, de una debacle tan cruel. Y nadie merece un final tan trágico. Mejor matarlos, ¿no? No sé.  Acaso sea yo el paranoico y, en vez de la chorrada de los Mayas, comience a intuir manos más sombrías tras el telón. Ese club de Roma y sus teorías malthusianas sobre la imperiosa necesidad mundial de reducir la masa demográfica, si es que queremos sobrevivir a nosotros mismos y a la hambruna que provocamos. Ese temor inducido a todas horas a que cambie esta nada injusta que nos tiene atenazados, para que nada cambie, para que nadie piense, para que todos sientan el pavor ante la pérdida irreparable de algo que jamás poseyeron en realidad: su libertad. O quizás todos estos cuentos no sean más que puñetero fraude o negocio y ya está y esto no sea más que cuestión de pasta, que siga soltando el débil y se sigan llenando los bolsillos de los trajes más suntuosos. Ya verán como todo sigue igual y vendrán más fines del mundo anuales y cada vez habrá más sectas que seguirán los mensajes absurdos de su chamán, ya sea cualquier Hitler o cualquier otro suicida colectivo, como el majara de las Guyanas Holandesas. Somos borregos, el ingrediente ideal para sus sabrosas calderetas. Si algo hay en nuestro civilizado mundo con lo que jamás podrá acabar hecatombe alguna es la supina estupidez del Ser humano.
   Pero si algo me ha llamado la atención más que ninguna otra cosa en este recién enterrado fin del mundo, ha sido el mogollón de fotografías festivas colgadas en facebook por los más jóvenes, tras la noche más inquietante del año. Mientras el sol matinal calienta mi cara tras los ventanales de mi habitación, las observo esta mañana del 23, una tras otra, todos esforzándose en mostrar lo condenadamente bien que se lo estuvieron pasando. ¡Qué alegría reflejan sus rostros! ¡Qué felicidad tan arrolladora! Carcajadas esplendorosas dividen sus caras, pícaros guiños envían mensajes cifrados, manos abiertas (las no ocupadas con el cubata) ansiosas del contacto humano de otros cuerpos. Es el fin del mundo, hagamos que en esta noche todo sea posible, parecen decir en su silencio. Y sin embargo, yo que he tenido la suerte de conocer a muchos, sé bien que casi todo es pose, que la mayoría de las veces apenas hablan entre ellos si no es de fútbol o de trapos de marca falsa o registrada. Que, en realidad, esos momentos fotografiados son lagunas en el desierto nocturno del hastío, en las que algún aburrido los llama, cámara en mano, y todos corren a colocarse, con la sonrisa profident perfecta ante el objetivo. Porque ante todo, se acabe el mundo o no, nada sigue siendo más importante que la imagen que puedan ver de ti mañana.

LUCHA POR TU DERECHO A LA FIESTA HASTA EL FIN DEL MUNDO
(Pie de foto original)

  ¡Qué paradójicas fotos del fin del mundo! Tendremos que empezar a confeccionar un álbum de fotos del fin mundo. Que pena que no se me ocurriera antes, hoy sería un buen ensayo en imágenes sobre la estupidez y la ignorancia humana.
    

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