miércoles, 21 de noviembre de 2012

TÚ PUEDES

   Nunca compré un piso. Nunca poseí un automóvil o una moto. Nunca pedí un crédito. Y logré sobrevivir. Sólo tuve cuenta corriente en un banco los últimos años de mi vida, después del infarto y la pensión, y porque no hay otra forma de cobrarla, que si no seguiría sin tenerla, pues jamás me gustaron esos buitres de corbata que lucían falsas sonrisas Profidén. Sólo accedí a sacarme el DNI cuando me hicieron imposibles muchas cosas. Y el pasaporte lo saqué de buen grado, ¡qué iba a hacer!, si viajar formaba parte de mis vicios. Y, sin embargo, sobreviví. Y os aseguro que jamás simulé pose de anarco por ello. Había cosas complicadas, claro está, pero con tesón y mostrando mi valía, convencía a todos mis jefes para que me pagasen en efectivo, sin dármelas de capitalista liberal por ello. Era, simplemente, cuestión de necesidad. Rebeldías y errores de juventud me condenaron al exilio administrativo. Y, a pesar de todo, logré sobrevivir. 
   El camino fue duro, y cruel a veces. Y otras veces fue tan sólo un paraíso efímero que se apagaba al día siguiente, cuando comenzaba a despuntar el alba. Es cierto que en muchas ocasiones pensé en rendirme, en abandonarme en cualquier pozo oscuro y mandar todo al infierno en el que estaba a punto de entrar. Pero algo, no sé qué, me daba fuerzas desde lo más profundo del hundimiento y me volvía a levantar. Esos eran los mejores momentos, porque eran momentos de gloria y asombro. Como si volviese a nacer y viese ahora todo con los ojos de un bebé. La vida renovaba su sentido, su esencia milagrosa, su euforia liberada. Entonces me reinventaba, desechaba la puñetera idea de que todo en este mundo es cuestión de competir por la supervivencia, de herirnos los unos a los otros por codicia o ambición, y buscaba cómplices con los que compartir el fraternal latido de la humanidad. Por supuesto que fui traicionado y puede que yo también traicionase alguna vez. No somos dioses. Y, además, la perfección no existe. De modo que qué otra cosa podemos hacer, sino tratar de mejorar un poco cada día. Si no recibiésemos palos en la vida, tampoco tendríamos la oportunidad de volver a recuperar el asombro ante el misterio desvelado de la existencia. 
   Por eso este escrito va dirigido a ellos. A los que están a punto de dejarse abandonar en ese oscuro pozo de la exclusión y el ostracismo. Se puede, os digo. Yo estuve varias veces en él y logré salir y, ahora vivo precariamente, sí, pero soy feliz porque tengo a una mujer al lado a la que amo y ella me cuida, me protege y me quiere con locura, y porque tengo amigos con los compartir sufrimientos y alegrías. Y si yo lo pude conseguir, ¿por qué no has de conseguirlo tú?, si todos somos iguales, si todos valemos igual, si todos somos parte del mismo corazón de la humanidad. Se puede, creélo. TÚ PUEDES. El final que auguramos nunca es el final. Siempre hay alguna nueva estación que visitar y, en ella, siempre aparece un nuevo tren al que podemos subir. No te abandones. Sal a la calle sin pudor, sin miedo (tú vales tanto como todos) y si te miran a los zapatos rotos, mírales tú fijamente a los ojos y sonríe, mientras les hablas sin afección. Si miran exclusivamente tu porte de pobreza, eleva la mirada, muéstrate altivo y orgulloso de ti mismo, porque ese indeseable es un pobre ciego que no puede ver tu alma esplendorosa. No te escondas. Sal a la calle y grita exigiendo tus derechos, los de todo ser humano. Grita fuerte, desde la humildad, hasta que te duela la garganta. Porque si tú estás convencido firmemente de la igualdad de tus derechos, algún día les lograrás convencer también.

1 comentario:

  1. ESTA VEZ ME HAS LLEGADO ESPECIALMENTE,GRACIAS FRANCIS...LLEVO TODA LA VIDA SINTIENDOME INFERIOR AL MUNDO,PERO SE LO MUCHISIMO QUE VALGO,ES UNA LUCHA CONTINUA Y TU SABES MUY BIEN COMO PLASMARLA.

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