sábado, 3 de noviembre de 2012

EL PULPO

Un pulpo que agonizaba de hambre fue encerrado en un acuario por muchísimo tiempo. Una pálida luz se filtraba a través del vidrio y se difundía tristemente en la densa sombra de una roca. Todo el mundo se olvidó de este lóbrego acuario. Era de suponerse que el pulpo debía estar muerto y sólo podía verse el agua podrida iluminada apenas por la luz del crepúsculo.
Pero el pulpo no había muerto. Permanecía escondido detrás de la roca. Y cuando despertó de su sueño tuvo que sufrir un hambre terrible, día tras día en esa prisión solitaria, pues no había carnada alguna ni comida para él. Empezó a comerse entonces sus propios tentáculos. Primero uno, después otro. Cuando ya no tenía tentáculos empezó a devorar poco a poco sus entrañas, una parte tras otra. De esta forma el pulpo terminó comiéndose todo su cuerpo, su piel, su cerebro, su estómago, absolutamente todo. Una mañana llegó el celador, miró dentro del acuario y sólo vio el agua sombría y las algas ondulantes. El pulpo había virtualmente desaparecido. Pero el pulpo no había muerto. Aún estaba vivo en ese acuario mustio y abandonado.  Por espacio de siglos, tal vez eternamente, continuaba viva allí una criatura invisible, presa de una horrenda escasez e insatisfacción.

© Sakutaro Jaguiwara(1886-1942) Poeta japonés.
© Del libro “ladrando a la Luna” (1917).Traducción del japonés por Elena Sánchez

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