jueves, 15 de noviembre de 2012

14N. EL GRAN PRINCIPIO

   Ayer no publiqué ni escribí nada, hice huelga. Al principio se me hizo duro, pero lo soporté. Resulta tedioso para un jubilado tomar tal decisión, ya que significa aburrirse más todavía. Lo rutinario, nada tener que hacer y, encima, negarse la posibilidad de entretenerse con algún pasatiempo, como lo es este de escribir para mí. La mañana estuvo tranquila, incluso en algunos momentos más silenciosa de lo habitual. Los bares de la Gran Vía de mi ciudad estaban cerrados, de modo que no existía el estruendoso ajetreo diario de las cafeterías, el ruido de las sillas arrastradas por el empedrado, las voces estridentes de los empleados al hacer públicas las comandas. El silencio casi era de cripta, aunque el sol se desperezaba con potente plenitud en el cielo. Decidí pasear al perro y al salir por la puerta del edificio recibí una bofetada de temor, en el aire temblaba un mal augurio desde la noche anterior, ya pasadas las doce, cuando los piquetes increparon a gritos a los restaurantes y cafeterías de la  calle que aún no habían cerrado sus puertas. No duró mucho la crispación. En menos de veinte minutos observé la marcha de clientes por la calle y oí los cierres metálicos de los negocios nocturnos. Luego todo se calmó y tuvimos una noche sin sobresaltos.
   Sin embargo el temor apareció de nuevo en la mañana silenciosa de ayer, no en forma de sonido, sino con la concreción física de las imágenes. Vivo en una zona que está rodeada de edificios institucionales, además de estar bastante cerca de la sede del PP y la cantidad de fuerzas de seguridad desplegados por la zona era impresionante. Todos alerta al más mínimo cabello que se ondulara en el aire, como perros al acecho, buscando con la mirada localizar alguna presa.  Miré hacia el otro lado de la calle solitaria y pude ver un grupito de individuos que parecían celebrar aún la noche de Halloween, con sus capuchas negras, sus pasamontañas negros y sus banderas negras y rojas, cargadas de simbolismos sangrientos. Eran los cuatro niñatos de siempre que se autodenominan anarquistas sin haber leído en sus puñeteras vidas más de un par de libros. Uno de Bakunin y el otro, un comic que les regalaron con el Marca. Gritaban “Abajo la democracia, muerte a los políticos” y no se qué de… adónde están esas placas, mientras apuntaban con sus cámaras de video a la policía. Algunos de estos últimos bufaban como toros con los pies clavados al firme y a punto de arrancar. Otros se reían al ser conscientes de la descomunal diferencia de fuerzas entre ambos bandos. Afortunadamente no pasó nada, unos se contuvieron y los otros siguieron caminando y se fueron con el circo a otra parte. Nada reseñable ocurrió el resto de la mañana. El perro hizo sus necesidades y volvimos a casa. A las seis de la tarde había quedado con mis amigos, Ismael y Javier, para acudir a la manifestación y me era necesario descansar, el recorrido iba a ser duro para un enfermo cardíaco como yo y quería terminarlo.
   Hoy, depende de los medios, la huelga fue un éxito o, simplemente, algo llamativa. En mi ciudad –les puedo asegurar- que jamás vimos una manifestación tan repleta de personas. Ni siquiera cuando el equipo de fútbol local ascendió a primera división se agrupó tanta gente en la calle y ya sabemos que es más fácil compartir el éxito que mostrar públicamente la necesidad. Éramos aproximadamente unas 18.000 personas (40.000 según los sindicatos y 7.000 según la subdelegación del gobierno), el 12% del total de la población. La verdad es que me parecieron muchísimos, teniendo en cuenta que con el paso del tiempo va invadiéndome el escepticismo. Sin embargo lo de ayer puede abrir una puerta a la esperanza. El dolor y el sufrimiento se expanden y las recientes muertes provocadas por la crisis nos ha encendido una luz alarmante ante los ojos. Las posibilidades de que mañana te toque a ti son cada día más posibles y el miedo va abandonando el cuerpo, a la vez que se instala la desesperación. Sí, tuve la impresión de que éramos muchos, muchísimos, todos reclamando la defensa de nuestros derechos adquiridos con el esfuerzo de tantos años, todos coreando la defensa de la sanidad pública, de la educación para todos, de la justicia justa y compartida, del derecho a la vivienda, al trabajo, al amor puro sin tachaduras religiosas, el derecho a la vida, a vivir sin ser esclavos. Todos cantábamos lo mismo con una única voz, menos un grupito de individuos que parecían celebrar aún el 18 de julio, con sus brazos en alto, sus calvas y botas militares relucientes y sus estandartes negros y sus banderas rojigualdas, con el águila del Nodo bien centrada como viejo símbolo sangriento. No, no eran los de la mañana, esos ni aparecieron, y menos mal, porque estos eran cabezas rapadas que sólo sabían gritar “Abajo la democracia, muerte a los políticos” y no se qué de… putos CNT. Gilipollas que han visto algún documental nazi en internet sobre las mentiras que se cuentan sobre los campos de concentración, que les ha comido el coco algún fanático fascista con dinero o que la exnovia le puso los cuernos con un negro y por eso defienden lo indefendible. Gilipollas e idiotas redomados ambos grupitos circenses, el matutino y el nocturno, que en vez de ir a la huelga, salen a repartir ostias porque sí, porque están encaprichados con la sangre, la de los otros, claro. Como decía los matutinos no aparecieron por la manifestación y a estos otros la policía los rodeó en una zona en la que no tenían salida, invitándolos a abandonar la inmensa cola. Y con la suya entre las piernas se marcharon, mientras grababan con sus cámaras de video y gritaban no se qué de… adónde están esas placas, con su circo a otra parte. La mayoría de los ciudadanos estaban asombrados, pues no conocían la existencia de estos grupos en la ciudad. Sobre las nueve de la noche llego la marcha a su final, sin incidentes que resaltar, con armonía y respeto mutuo entre los distintos grupos, partidos, sindicatos y plataformas, unidos todos en la consecución de un mismo objetivo: justicia y paz social.
  No sé si la manifestación de ayer logrará cambiar las cosas. Me temo que no, pero se ha abierto una nueva puerta a la esperanza de unidad en quienes no estamos de acuerdo con la gestión del PP al frente del gobierno de nuestro país. Es verdad que, siendo realistas, un 12 % no es nada, pero la deriva decreciente que en los últimos tiempos atravesaba el movimiento 15M, por cierto, totalmente desaparecido como grupo en la manifestación de ayer, ha cambiado. Ayer se demostró que la gente no necesita identificarse con un grupo determinado (partido, sindicato, plataforma, etc…) para mostrar su indignación, que la fuerza de la ciudadanía está en la unidad de los individuos y no en la de grupos ceñidos por tal o cuál ideología o por tales o cuáles estatutos internos constrictores, en muchos casos, de una verdadera democracia. Ayer volvió a iluminarse el cielo en plena noche, mientras coreábamos la misma canción. Sé que aún somos pocos, pero estamos perdiendo el miedo y cada día seremos más los que nos atreveremos a abandonar el refugio y salgamos a mostrar, sin pudor y sin banderas ni símbolos, nuestro dolor e indignación. Lo de ayer tan sólo es el principio. Un gran principio.

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