martes, 2 de octubre de 2012

SIN PORRAS NI SABLES

   Sueños. Ilusiones. Anhelos nacidos en el parto tormentoso de la desesperación. La esperanza volando ciega, con la premura y confusión de los murciélagos, en su batir de alas angustioso, para lograr al fin salir victorioso de la cueva. La oscuridad que se cierne sobre todos y la jaula del miedo que cada uno guarda en su interior. En la que el corazón se niega a abandonar su naturaleza de inquieto colibrí. Los gritos unísonos de un pueblo humillado que se niega, a pesar de todo, a clavar sus rodillas en el asfalto. La puerta que se abre de repente y un torrente de brisa fresca avanza por las calles de Madrid. La rabia. La indignación. La insoportable sensación de estar siendo humillados constantemente. La falta de justicia, mostrando sin pudor las diferencias, en una pasarela improvisada por Cibeles. Alpargatas y zapatos de marca unidos por la misma reivindicación. Todos caminan hacia el parlamento. El padre sin autoestima frente a sus hijos porque ya perdió la capacidad de alimentarlos, la abuela que perdió su hogar al avalar al nieto, la hormiguita ahorradora que fue estafada en las preferentes bancarias,  el zángano que maldice la falta de subvenciones, el camaleón narcisista que sueña con convertirse en héroe, el ciudadano ejemplar que se duele de tanto sufrimiento ajeno, el tipo que se apoya en un palo arrancado de un árbol y que tratará de usar para saciar su sed de sangre, la buena mujer desesperada y preocupada por la posible reacción violenta de sus hijos, los jóvenes pacíficos que se sienten inútiles porque nadie les da una oportunidad en el mercado laboral. El altruista, el ingenuo, el soñador, el  fanático, el intelectual, el que ni piensa ni razona, el justo, el vanidoso, el que aspira a convertirse en héroe de la marvel, el mesiánico, el que va de víctima y sueña con morir como un mártir, el sensato, el irracional, el prudente que se queda en la última fila, el tímido, el que porta la pancarta con orgullo y valentía, el admirador de Ghandi, el del puño en alto y el de la mano abierta y su mirada fija en el sol, el que grita ¡Muerte a la democracia! Todos avanzan como las aguas indómitas de un río de corrientes bravas, aparentemente unidas y, sin embargo, cada gota empujando en una dirección distinta, agrediendo o esquivando la dureza y crudeza de las piedras diseminadas por el curso, por el cauce erosionado y agrietado por el tiempo. Hasta que la presencia del dique de contención se vislumbra en un cercano horizonte.

   ¿Es un dique o es un muro? Es una manada de animales aparentemente fieros. Compacta, eso sí, y muestra amenazadores sus arietes y la invulnerabilidad de sus escudos. ¿Son personas? ¿Tienen sentimientos? ¿Sufren emociones? ¿Es posible en ellos la empatía? En algunos posiblemente sí, más de los que podamos imaginar. Y están indignados como nosotros. Pero... los compromisos, la hipoteca, las letras de la furgoneta familiar, los libros escolares, los hijos a los que han de alimentar. Han visto a otros meses después de ser despedidos y saben cómo se las gasta la justicia con los desahuciados. No lo van a saber si son ellos quienes ejecutan las órdenes de la maldad legal. Pero quién se atreve a discutir las órdenes. El ímpetu del honor y la dignidad llevó a otros a cruzar la línea y ahora alimentan a sus hijos gracias a la paga del abuelo. ¿Quién tiene cojones de soportar tan injusto castigo como un junco, sin doblarse jamás ante los crueles latigazos de la tormenta? Otros nunca tuvieron alma y entraron en el cuerpo con vocación de justicieros, al estilo hollywoodiense de Harry, el sucio. Estos son idénticos a los fanáticos que les gritan y lanzan piedras desde enfrente y, como ellos, se excitan con la idea de teñir de cárdeno sufrimiento las aguas limpias del río. Verán correr la sangre y la adrenalina se disparará en ellos como un chute de cocaína directamente en la vena del cuello. Incluso algunos ya la han visto correr, provocada por la ira vengativa de su porra y eso los ha enervado aún más y, ahora, están locos por una nueva oportunidad. Quieren anotarse puntos ante los mandos y escalar, escalar en el podrido submundo del poder represor del Estado. Estos no son personas, son bestias inhumanas, mercenarios que otorgaran siempre la razón a quien mejor le pague. De todo hay en este reino de los idiotas llamado España. Pero con el tiempo, si la razón y el sentido común logran calmar las aguas, las fisuras comenzaran a aparecer en el dique y el muro será derribado por el mazo de la verdad y la justicia.

   Aunque para llegar a eso será necesaria una reflexión profunda. Una crítica y autocrítica veraz y objetiva, desprenderse de emocionalidades que presionan sobre heridas y dificultan un consenso y también será necesaria una firmeza aplastante ante la defensa de una democracia justa y verdadera. Acaso lo más apremiante sea la propia definición de nuestros objetivos. Si decimos perseguir una democracia real y verdaderamente representativa, no podemos decir que los electos no nos representan (nos mal representan) y, sin embargo, exigir esa representación para ciudadanos o grupos nítidamente antidemocráticos, los mismos que gritan ¡Muerte a la democracia! o ¡Viva la dictadura!, ocultos en el anonimato que les otorga la masa de manifestantes. Eso resulta ser tan irracional como la cruenta actuación de algunos policías y las órdenes soberbias de sus mandos políticos. Si somos pacifistas, si decimos ejercer la resistencia pasiva y pacífica, hemos de ser firmes con aquellos que muestren su deseo de caos y destrucción, su supuesta incontinencia ante una ira más impostada que cierta, su desprecio visceral a todo aquello que le suene a las instituciones democráticas del pueblo. Sí, ha llegado el momento de aclarar no qué queremos, eso creo que ya se sabe de más, sino cómo lo vamos a conseguir, con qué estrategia y, si la elegida va por la senda de la paz y la concordia, tendremos que repudiar y denunciar públicamente a aquellos grupos e individuos que nos dañan con su actitud beligerante. Denunciarlos y repudiarlos con tanta convicción como repudiamos y denunciamos a las bestias inhumanas que se ocultan en el anonimato de la masa policial. Ese debiera ser ahora el paso correcto, si queremos que la ciudadanía asustada y humillada, esa que ya vive como ratones cohibidos y temerosos, encerrados en su habitación, y aún no se ha atrevido a asomar los morros ante tan gigantesca oscuridad, esa que es manipulada y alienada diariamente desde los medios de comunicación cómplices con los represores, dé por fin el paso y se atreva a acompañarnos, uniendo sus tímidos gritos a los nuestros, ya tan afónicos ante el silencio del eco. Es necesario calmar las aguas para que nos escuchen mejor o, al menos, para que nos puedan prestar atención. Algo imposible mientras siga sonando el ruido de los sables.    

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