jueves, 27 de septiembre de 2012

UNA GOTITA DE REALIDAD

   Se llama Toñi y anoche la invitamos a cenar. Tuvimos que encerrar al perro en el balcón, pues le tenía pavor a todo lo que le mostrará los dientes. Ella es de un pueblo serrano y vive sola en la ciudad, sobreviviendo desde que llegó, esculpiendo a base de paciencia su corazón de encina y alcornoque, como un pequeño gorrión con las alas heridas, rodeado de cumbres en las que anidan águilas y halcones. Ya tiene cuarenta años y, la pobre, no es de belleza afortunada. Sin embargo sabe arreglarse y mejorar su rostro con unas pinturillas que usará sólo un par de veces al mes, en ocasiones especiales como ésta. Trabaja limpiando una casa, la casa de una gorda sirena socialista que tiene su despacho en la oficina de empleo de la ciudad. Una mujer ejemplar, prestigiosa, que la tiene declarada desde hace unos cuatro meses, el tiempo, más cuatro años, que existe relación laboral entre ambas.

   Toñi no se queja. Sabe que la cosa está muy mal. Ella comenzó trabajando ochos horas al día, que a veces eran diez, para cobrar 500 euros al mes. Luego, tras el recorte en el sueldo de los funcionarios que llevó a cabo Zapatero, su jefa le hizo comprender que esa era una medida que afectaría a todos y le rebajó el sueldo a 450 euros. Con la promulgación de la ley (PP) que obligaba a dar de alta en la seguridad social a las empleadas de hogar, su sueldo se quedó en 400 euros, ya que su jefa le redujo el coste que le suponía contratarla. Y ahora, su jefa vuelve a sufrir más recortes y, encima la han dejado sin paga extra de verano, ya apenas le llega para pagar sus varias hipotecas y se ha visto obligada a cambiarle el contrato a Toñi por otro de media jornada, por el que ya sólo cobra 250 euros al mes.

    Me diréis que eso es imposible. Que nadie puede sobrevivir con esa cantidad al mes, más teniendo en cuenta que ha de pagarse un alquiler. Sí, yo tampoco lo podía creer. Hasta que me lo contó. Vive alquilada en una habitación, en un piso donde comparte cocina y aseo, con una, dos y a veces tres chicas, generalmente estudiantes que llegan desde fuera. Aunque en julio y agosto estas chicas se van, en esos meses comparte piso con sus propios caseros, unos señores de Extremadura que aprovechan el piso para acercarse a la playa. Según ella son los peores meses, pero los sobrelleva. No paraba de hablar, se sentía a gusto. Se ve que eran escasas en su vida las ocasiones de conversar amigablemente con alguien. Mi mujer la conoce porque ambas trabajan cerca y suelen coincidir en el autobús. Y ayer quedaron para tomar un café y, según me dio a entender, hablar de amores. ¡Qué sería de esa mujer sin la esperanza incombustible de encontrar algún  día su príncipe azul!, pensé después durante la cena, viendo sus ojos vidriosos al leer los whatsapp enviados a su móvil por el supuesto pretendiente.  Total, que vino a casa para preguntarme una cosa sobre facebook (lo usa por el móvil) y la invité a cenar. Me lo agradeció profundamente, una cena que me ahorro, le dijo alegre a Ana, una filigrana menos que hacer para llegar a fin de mes.

   Toñi es una chica curiosa y simpática que, posiblemente, tuvo la mala suerte de nacer en un ambiente familiar cerrado y hostil hacia lo externo. La familia, cada vez menos típica, de la sierra que vivió aislada, sin posibilidad de acceso al conocimiento, sin más estudios que la observación de la naturaleza. Ella no sabe demasiado de números, aún cuenta con los dedos, pero sabe muy bien cuanto esfuerzo le cuesta ganar lo que gana y procura administrarse bien, sin lujos, como mucho una cocacola dos sábados del mes. Ella no sabe qué es eso de la crisis y le da igual quien gobierne, mientras ese gobierno mejore sus condiciones de vida. Dice que se sorprendió con las imágenes de las cargas policiales en Madrid, que no entendía qué pasaba, ni porqué pasaba. Que es verdad que estamos jodidos todos, pero de ahí a querer matarnos, chiquillo, con lo bonita que es la vida, sonreía, a la par que enseñaba a mi mujer el nuevo mensaje que le acababa de mandar su príncipe. Está vez puede que me salga bien, susurró al oído de mi mujer, pero no pudo evitar que yo la oyera. Y yo no pude evitar sonreír al imaginarme a Toñi como un Sancho singular que ya estaba harto de recibir palizas por culpa de los líos de Don Quijote y había decidido abandonarlo para buscar a su Dulcinea particular. Tan delgadita como era y, sin embargo, me recordaba al tierno de Sancho Panza. Un Sancho Panza o una Toñi que por mucho que intente huir del corral, del redil, siempre permanecerá encerrada en él.

    

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