miércoles, 1 de agosto de 2012


LOS ANALFABETOS DEL SIGLO XXI

Sé que no está bien decir esto, pero es que no soporto a aquellos que lo único que saben hacer en un debate político es atacar con comparaciones absurdas al contrario. Siempre están con las estupideces de  que si los del partido con el que simpatizan han robado es porque los de los otros partidos han robado más, que si estos contratan a amiguetes a dedo es porque los otros contratan a más. Para ellos no existe la reflexión sobre los problemas de la sociedad, sólo piensan en la humillante derrota del contrario, ya que su victoria -se autoconvencen- les otorga la razón. Para ellos sólo existen los extremos, el baño frío del fanatismo, la razón parcelada y sectorial. Y de esta manera, si todos actuáramos igual, nuestro abismo final se acercaría, anegándose irremisiblemente de sangre. Sé que muestro cierta intolerancia al decir que no los soporto y que eso está socialmente mal visto, pero ¿es que es posible dialogar con los muros? No. Y ya va siendo hora de que abandonemos la falsa hipocresía de lo políticamente correcto y digamos la verdad, digamos que no es todo blanco o negro, derecha o izquierda, PP o PSOE (vale aquí cualquier otro partido político), F. C. Barcelona o Real Madrid. Ya es hora de decirles que existen otras vías que deberíamos experimentar, si fuésemos capaces de liberar nuestras mentes de la tiranía de los fanatismos.  

Desde que las grandes corporaciones empresariales y financieras, con su concepto mercantil y neoliberal en general,  han entrado en las universidades e, incluso, en el diseño de los sistemas educativos nacionales, las sociedades modernas y desarrolladas como la de nuestro país, ha renegado de la inquietud filosófica de la existencia y devenir humanos. Ahora la búsqueda de la felicidad no es primordial, es más imperativo el éxito competitivo, aferrándonos a la falsa creencia de éste nos proveerá de capital, lo que nos hará ser más queridos y admirados. Ahora  todo se basa en cálculos y rentabilidad (por eso los descubrimientos de la investigación se patentan en empresas privadas, a pesar de ser financiados en dos tercios por los estados, casi siempre a través de las universidades y por eso los mejores científicos acaban con nóminas en grandes multinacionales) y ya no tiene interés ni cabida el altruismo humanitario (como el caso del doctor Patarroyo que donó su vacuna contra la malaria a la OMS, a pesar de que una multinacional farmacológica le ofreció por la misma 74 millones de dólares). Ahora la educación se ha sectorizado a través de los eufemismos “profesionalización” o “especialización”, lo cual dota a la empresas de trabajadores robots, no reflexivos, cuya única aspiración es completar o, incluso, aumentar la productividad exigida por los jefes.

Esta huída suicida de las ciencias filosóficas del alma humana ha dado como consecuencia que las mentes de la inmensa mayoría estén dominadas por una manera mutilada y abstracta del conocimiento, por la incapacidad de captar realidades en su complejidad y universalidad. Y si el mundo se aparta del conocimiento filosófico en lugar de enfrentarse a él para comprenderlo, entonces, paradójicamente, nuestro conocimiento mutilado nos ciega. El conocimiento debe saber contextualizar, globalizar, multidimensionar, es decir, debe ser complejo. Porque sólo un pensamiento complejo puede dotarnos de las armas necesarias para preparar la metamorfosis social, individual y antropológica a la que aspiramos, establecer un diagnóstico del curso actual de nuestro devenir y definir las reformas vitalmente necesarias para, juntos y en colaboración humilde, construir un mundo más justo para la dignidad de todos y cada uno de los ciudadanos.

Los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer ni escribir, sino los que no puedan aprender, desaprender y reaprender. Ampliemos nuestros horizontes. Tenemos la obligación moral de intentarlo por el bien, el futuro y la convivencia en paz de nuestros hijos.

     

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