domingo, 10 de junio de 2012


UN DÍA CUALQUIERA

Ayer estuve todo el día en un parque. Mi mujer Ana, mi perro Bebo y yo, preparamos bocadillos y nos fuimos al Plocc. Es una asociación que organiza mercadillos, conciertos y jornadas de convivencia muchos fines de semana en los escasos y desconocidos parques de mi ciudad. Allí volví a encontrarme con mis compañeros de asamblea, los buenos. También estaban los otros, los violentos, los ansiosos de sangre, pero de esos pasé, ya consiguieron que dejara de asistir a las asambleas, no iba a darles más satisfacciones. El caso es que me dio por pensar en cómo era mi vida antes del infarto, corriendo de un lado a otro, sin tener siquiera tiempo de observar la inconmensurable belleza que nos rodea. Yo era agente comercial y entonces la vida parecía ser tan sólo un aperitivo anterior a la grandeza individual, así andaba, más perdido que un ocho y, sin embargo, creyéndome un pequeño conquistador. Pero siempre acaba llegando el momento en el que te das cuenta de que no has estado haciendo otra cosa que construir, piedra a piedra, tu propia senda de la estupidez. No, no penséis que me compré un buen coche, con uno de la empresa me bastaba, tampoco compré jamás una vivienda ni pedí crédito a algún banco, pero creía no vivir mal porque me podía permitir caprichos y ser autosuficiente, aunque a veces tuviera que reírles las gracias a algún gilipollas, a ver si así conseguía colocarle el producto de mi venta. Mi momento llegó en forma de infarto. Me quedé sin poder trabajar, perdí gran parte de la fuerza física de mi cuerpo, me tuve que conformar con esos 600 euros que por más que los estire jamás llegan a final de mes, entregué el coche y comencé a caminar sin dirección concreta. Y de pronto descubrí que podía detenerme cuando quisiera y donde quisiera, para descansar y, cuando lo hacía, me paraba a observar y mis ojos se desbordaron de toda la belleza que descubrí alrededor. ¡Increíble! Toda esa belleza había estado allí siempre y nunca la llegué a ver. ¿Cómo era posible? Y desde entonces la vida ya no es un aperitivo, ahora la vida es algo tan incontinente como el universo. Un ínfimo grano de arena sobre una inmensa duna de posibilidades.

Caminamos por la vida sin detenernos a pensar. El trabajo, las prisas, el colegio de los niños, la hora del partido, el coche mal aparcado, que no llegamos a la cita, la fiesta del viernes, la comunión del pequeño, el viaje a Londres, la cena con los padres, la revalorización o la pérdida de las acciones, el coche del vecino, los puntos de interés, Nadal y Roland Garros, el embarazo de la mujer, el éxito social, el “creo que me engaña con otra”, la competitividad, la cervecita con los amigos, el mundo es una jungla… y la televisión cada vez que nos paramos a descansar. En vez de pararnos a reflexionar, encendemos el televisor. Así nos va.

Ayer en el parque me hablaron de los últimos desahucios, de que apenas nadie va ya a las asambleas, de que la protesta está en letargo, en una cueva llamada internet, de que nadie se lo puede creer, pero con 5.500 millones de parados sigue sin ocurrir nada en este país, de ¿cómo conseguir movilizar a los ciudadanos?, de... tantas cosas durante horas. El sol se retiró y un frío gélido comenzó a extenderse por el parque. Ya era hora de marcharse. Nuestra casa alquilada quedaba lejos y habríamos de volver caminando con el perro. Durante el trayecto vi a tres personas rebuscando en contenedores de basura y, desde algunas casas, nos llegaban gritos ahogados en desesperación. Yo agarré la mano de Ana y la besé en los labios, ya sabéis, hay que alimentar el amor. Y cuando llegamos a nuestro hogar encendí el televisor y daba comienzo el telediario nacional de la primera cadena. Comenzó con la noticia de la elección de la reina del carnaval de Tenerife, toda una fiesta del glamur y terminó con la entrevista a una diseñadora cuyos modelos desfilaron, aquella misma tarde, por la pasarela de “fashion week”, en la que decía, con un forzado acento francés, “yo no pegmito que la cgisis entge en mi talleg”. En medio sólo paja, nada irrelevante. No fue más que un día cualquiera de esta, nuestra España. Un día, en el que como todos, aparentemente no había ocurrido nada.

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