jueves, 14 de junio de 2012


DEJEMOS DE SER ERIZOS

Cuando el ser humano sufre un desengaño suele optar por la huída y, perdónenme, pero no lo entiendo. Porque es entonces, cuando ya estamos saturados de desengaños, cuando el mundo deja de ser un campo de pruebas de los proyectos y las ilusiones y se convierte en el mayor y más interesante enigma qué descifrar. No me vale eso de negar al mundo, porque éste se ha portado mal con nuestros deseos, volviéndose inhóspito y desagradable. Saber desprenderse de ese negativo juicio sobre lo vital, constituye para mí el ejercicio fundamental de la conciencia científica y evolutiva. Deberíamos, por tanto, desprendernos de todo componente afectivo, emocional, que impregne nuestras ideas. Hemos de analizar racionalmente nuestras ideas y desmontar el mecanismo afectivo que dota de rasgos contradictorios nuestras propias contradicciones.  Se hace necesario entonces arrancar de cuajo las convicciones que, a lo largo de los años, han ido solidificando nuestro carácter en los conceptos de familia y de clase, carentes del suficiente conocimiento científico de nuestras propias pulsaciones. Es necesaria la autocrítica, añadiendo a ésta el conocimiento riguroso acerca de los desmanes terribles que la afectividad agresiva de nuestra estructura anímica es capaz de producir. Ya Schopenhauer nos hablaba de esto en su teoría de los erizos. Él comparaba cada contradicción afectiva del ser humano con las púas de este animal. Como los humanos, necesitan estar unidos para calentarse, pero las púas hacen que se hieran entre ellos. Y si se separan, entonces el frío de la soledad les torna huraños y les acaba enloqueciendo. Necesitamos estar juntos, unidos, ante el reto que se no viene encima, ¿por qué entonces no arrancarnos las púas? Porque el mal radica en la ignorancia; no en la ignorancia de doctrinas políticas, religiosas, etc…, sino en la ignorancia de nuestra propia condición en sus últimos reductos orgánicos y emocionales.

No sé si algún día conseguiremos neutralizar el odio y abolir el deslizamiento fanático de las ideas. Porque las ideas no son distintas de las creencias. La fe ciega que nos impide ver la intencionalidad narcisista de nuestras emociones afectivas, impiden el progreso de la conciencia y la evolución del hombre en la construcción de un mundo más digno, justo, honesto y humano. Henry Laborit decía que de cien hipótesis que pasan al laboratorio sólo una o dos resultan ser o cumplir los exigibles protocolos de certidumbre inequívoca. En las demás, de alguna manera, se infiltraron las púas de los erizos.

No huyas, analiza tus problemas y arráncate las púas, no quieras herir a nadie y aún menos a tu prójimo, abandona el frío de la soledad y únete a  los otros, los indignados. Juntos, entre todos, nos calentaremos y, sin narcisismo, sin afectividad egocéntrica, trabajaremos en el laboratorio de la ideas hasta que demos con esa hipótesis de certeza inequívoca. Si lo logramos ya no tendremos que huir más, ni tan siquiera correr o recorrer el mundo, pues podremos volar sobre él.



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