lunes, 21 de mayo de 2012


¿Y TÚ, POR QUÉ APUESTAS?

En Grecia el tiempo de espera en las urgencias de los hospitales media de 24 horas a cuatro días. Allí comenzaron con reformas parecidas a las nuestras por las presiones de la deuda externa y las condiciones del poder financiero europeo con la subcomandante Merkel al frente. Aquí, de forma tímida aún, los ciudadanos comienzan a despejar las múltiples cortinas de humo y ya divisan en el horizonte las orejas del lobo depredador. Cuanto más se ha ayudado a los países PIGS, más se han empobrecido sus ciudadanos. En los no tan jóvenes españoles se ha instaurado un mullido conformismo y una hundida resignación. No deseo generalizar, hay excepciones, pero la responsabilidad familiar, el cobijo de los hijos, la preocupación conyugal, nos llevan al camino de la prudencia y a huir de la senda de los mártires. Quisiéramos ser héroes todos en nuestro fuero interno, no nos falta valor, pero nos atenaza un miedo concreto y terrible, el miedo a perder el amor. Sólo los desesperados están dispuestos a todo, pues ya nada pueden conservar, pero el sistema se encarga de que no sean numerosos y los mantienen aislados en varias islas de marginación. Seguimos pagando sumisamente, mientras los bancos mercantiles, y gracias al artículo 104 del tratado de Maastricht, siguen desfalcando las arcas de nuestro Estado. En Barcelona, los médicos ya han anunciado que están muriendo los primeros enfermos por falta de atención en los hospitales. La deuda fraudulenta que hemos de pagar los miserables ciudadanos genera recortes en los servicios fundamentales. Un amigo mío, votante del PP y médico de urgencias del hospital de Huelva, reconoce que el sistema sanitario español comienza a ser caótico, que muchos pacientes están muriendo porque no hay médicos suficientes ni medios para atenderlos. ¿Qué hacemos? ¿Nos apuntamos a la lista cuando la hora nos llegue y esperamos pacientemente a la muerte?


Claro que nos quedan los jóvenes, esos sí que están desesperados, con una tasa de paro superior al 50%, una generación engañada durante años por el espejismo de la burbuja inmobiliaria, que hasta hace poco conducían BMWs, mientras sonaba “regetón” a todo volumen y ahora se les pide que trabajen gratis o a cambio de una limosna. Una juventud también que estudiaba en universidades, a los que se les prometió que si eran los mejores tendrían trabajo y ahora solo ven la negritud y el abismo del ostracismo. Una juventud en definitiva que sí tiene el valor de decir basta, que no se acojona, y que presenta resistencia, arrojo y osadía.


En la última semana de febrero ocurrieron dos sucesos ocasionados por esta juventud que han llamado mi atención. Sobre uno de ellos se han recogido miles de imágenes, portadas en periódicos nacionales e internacionales, minutos en televisión y millones de comentarios en las redes sociales y en internet. Sobre el otro apenas nada, como si nunca hubiera ocurrido. El primero fue la huelga estudiantil de Valencia, miles de jóvenes reclamando sus derechos constitucionales y una policía rabiosa que golpeaba a menores sin discriminación. Para unos medios, la policía y la gobernadora de Valencia incumplieron con la Normativa del alto comisionado para los derechos humanos de la ONU, para otros, de sospechosa calaña y clarísima anuencia con el poder vigente del PP, los policías fueron agredidos por terroristas perfectamente organizados y los jóvenes valencianos, muchos de ellos menores de edad, son delincuentes peligrosísimos que hay que apartar de la sociedad. ¡Qué curioso! De la otra noticia apenas han hablado estos medios. Quizás es que crean que es esa la verdadera juventud ejemplar. Me refiero a los chicos que quemaron vivo a un vagabundo en la misma ciudad valenciana, a pesar de que este pobre ser humano denunció a la policía que una semana antes sufrió un intento, aparentemente por los mismos jóvenes, de quemarle vivo. Nada hizo la policía entonces y, parece ser, que ninguna preocupación ha generado este hecho en las mentes de nuestros gobernantes. Total, se dirán, esos ejemplares jóvenes no han hecho más que lo que deben, limpiar la escoria de las calles, de todas maneras ese vago y maleante moriría algún día en la sala de espera de un hospital. ¿Y los medios? ¿Por qué no hablan de ello? ¿Y las redes sociales? ¿Y nosotros?


Esta sociedad está enferma. Es necesario sanearla. Y todos, todos sin exclusión, tenemos el deber moral de ayudar a su recuperación ética. Esto es una cuestión de supervivencia. Ante nosotros tenemos el dilema de escoger por la vida o por la muerte. Y no existe la posibilidad del conformismo y la resignación, porque eso sería aún peor que escoger la muerte, estaríamos apostando, sin darnos cuenta, por el suicidio complaciente. Yo no tengo ninguna duda, apuesto por la vida. ¿Y tú, por qué apuestas?



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