martes, 29 de mayo de 2012


RESISTIR

No pasa nada. Otra batalla perdida. Pero esta ha sido muy dolorosa. En fin, ya pasó todo. La tormenta ha amainado y ahora podemos abrir la ventana y respirar el aire húmedo de la tierra mojada. Los pájaros siguen volando en el cielo y, curiosamente, todo parece seguir en calma. Sabemos que la lava del volcán sigue bullendo bajo nuestros pies, que la ola del tsunami va creciendo según avanza, pero aún no divisamos el rostro de la ira y la luz del  amanecer nos ha regalado un nuevo día.  La esposa está a punto de llegar y con ella sentiré palpitar su corazón sobre los labios del beso. Sentiré su abrazo cándido y me rescatará del infierno, abriéndome de par en par las puertas del paraíso. Ya está bien de tantas y tantas batallas políticas. Lo esencial, la honestidad, ha muerto ya, aunque algunos nos neguemos a enterrarla. La esencia competitiva nos devora, desde dentro, como las larvas de las moscas devoran los cadáveres. El Yo, impostado o no, no nos deja ver la triste y dramática cosecha que nos espera. Nada parecen importarnos nuestros vástagos, nos meamos sin conciencia en el manantial que anega su futuro. Y encima queremos quedar bien, ser retratados en el álbum de la historia como los grandes defensores de la nada. Y si algo se nos tuerce, pues nada, traicionamos al más débil, al más invisible a los ojos de los demás. Total, ¿quién va a creer a un desgraciado?

Más como os digo, ¿qué importa? En realidad lo único interesante de la vida es el amor. Y las cápsulas que lo contienen suelen ser pequeñas, humildes, sencillas. El refugio del hogar, de la familia, de los amigos verdaderos, esos 4 o 5, no más, que siempre han estado ahí a lo largo de los años. Los abrazos, las conversaciones, quizás banales, pero llenas de complicidad y emocionalidad positiva. El beso de la compañera o compañero, la ternura, la entrega incondicional sin reclamar nada a cambio. Esa es la verdadera revolución, mantener el amor a pesar de todo. Aferrarse a él como al oxígeno el moribundo. Y cuidarlo. Nunca, jamás, descuidarlo, aunque la ola del tsunami nos golpee, aunque estalle el volcán y se abra el suelo que sostiene firmes nuestros pies, aunque la tormenta definitiva de la ira se alíe con la locura.

Resistir. Resistir. Y cuando todo acabe, nuestro amor será la semilla que hará florecer los huertos del futuro.


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