miércoles, 16 de mayo de 2012


PERIODISMO

Todos los años se conmemora el día de la libertad de expresión y por extensión el día de los periodistas de todo el mundo. Y desde todas las instancias institucionales se recuerda la cantidad de periodistas muertos, secuestrados o encarcelados por el desarrollo de su profesión. Está bien eso de acordarse de los periodistas que se juegan la vida para contarnos con veracidad y denunciar los desmanes ocurridos en países como Libia, China, Cuba, y tantos otros que sería interminable la lista. Pero analicemos qué pasa en países supuestamente democráticos como España.

Según la Constitución española, en su artículo 20: Se reconocen y protegen los derechos de los periodistas a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica. A la libertad de cátedra. A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión.

¿Se cumplen realmente estas premisas en España?, un país en el que los medios de comunicación objetivos resaltan por su ausencia, en el que cada periódico, televisión privada o pública, cadenas de radio y demás medios de comunicación están dominados por el capital y la ideología de uno (PSOE) u otro partido (PP). ¿Verdaderamente pueden los periodistas expresar su opinión de forma sincera sin ser expedientados o despedidos? Creo que no. Otro tanto ocurre con las editoriales. ¿Por qué en España no existen autores que nos hablen de la vida como lo hace Houellbecq en Francia? Seguro que existen, pero son acallados sistemáticamente, condenados al ostracismo más absoluto. En nuestro país existe una cultura del pensamiento único, promovido y auspiciado desde los estatutos de poder, una cultura bicéfala, claro está, dependiendo de quién gobierne en el estado, las autonomías, diputaciones provinciales o ayuntamientos, en el caso de los medios de comunicación locales. Desde estas instituciones se propugna el discurso imperante o la omisión calculada, como en esas ruedas de prensa que últimamente dan los políticos de turno y en las que no se permiten preguntas de los periodistas. Desde esas instituciones se presiona y, a veces, se extorsiona a los medios con retirarles la publicidad institucional, haciendo caso omiso de las leyes que dicen que dicha publicidad se ha de hacer en todos los periódicos, ya sean de ámbito estatal o local, sin distinción ideológica. Desde esas instituciones públicas se condena a muchos periodistas, cuyo único crimen ha sido contar la verdad, al paro y, por tanto, a la miseria de toda su familia. Desde esas instituciones se desprestigia la honesta labor de los periodistas que se atreven a contarnos la verdad. No se les encarcela, ni se les secuestra, ni se les asesina, pero se les convierte en parias sociales, en individuos peligrosos que rechazan el sistema del bienestar. Se les convierte, sin un ápice de razón, en terroristas culturales.

Aunque si he de ser sincero, eso no ocurre con todos, existe una excepción, los periodistas deportivos a los que se les permite todo, mientras sigan alienando las conciencias de los ciudadanos que, evidentemente, jamás debieran pensar. A esos se les otorga todo tipo de prebendas.

¿Hasta cuándo vamos a permitir tanta hipocresía sin indignarnos? ¿Vamos a seguir sin hacer nada? Porque vivir en la ignorancia y el engaño no es vivir, es caminar anestesiado por la vida, sin darnos cuenta de cuál es la realidad.

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