viernes, 18 de mayo de 2012


A LOS INVISIBLES

Hoy quiero hablaros de los otros, los invisibles, no porque no existan, sino porque temen mostrarse. Algunos de ellos están a la espera, temiendo cualquier día la confirmación de la debacle o ilusionados con la aparición milagrosa de una receta alquímica del oro.

Otros, los menos afortunadamente, son conocedores de la rapiña, pero piensan que en esta jungla de extrema supervivencia o muerdes o te devoran. Estos son los peores, pensaréis. Pues no, estos no son más que seres serviles al poder. Ellos creen que no hay nada mejor que el éxito, el prestigio social, el poder. Disfrutan con la venganza, pisotean porque se arrastran a diario bajo los pies de quienes le dominan, aunque eso sí, abogan por un discurso conciliador, incluso a veces progresista. Son gente que tienen trabajo, funcionarios, trabajadores de empresas que aún no han quebrado, autónomos que no han notado la crisis. Gente normal como usted o como yo que comprenden el grito de los indignados, pero que alegan inmediatamente que esas no son las formas, que decir que no hay democracia y que esto es una estafa ya es pasarse y que es que la verdad, no son más que cuatro punkys. Prefieren ver las noticias en la tele, procuran no cruzarse con nosotros, no vaya a ser que alguien les vea con tan vulgares compañías. Algunos de ellos tienen a hijos metidos en el cotarro, esos tienen excusa y alguna vez se asoman, que por un hijo se hace lo que haga falta. Pero la mayoría prefiere vernos desde el tendido, como si de un ruedo se tratara (el toro, aún bufando frente al torero Mercado Global, con su cuadrilla de francotiradores a la espalda). Esos son los peores, diréis. Pues no, porque ellos son pocos y sumisos. Ellos nunca llenarían la plaza, acaso los asientos de sombra y tampoco.

El coso está lleno y en los tendidos de sol se agolpa la gente, como si la muerte fuera un espectáculo, codo con codo y hombro con hombro, expectante. El albero ya está abarrotado, 1.760.000 de familias sin ingresos, decenas de miles de desahuciados, miles de niños pasando hambre, centenares de miles de buscadores de alimentos en la basura, etcétera, porque los que están a la espera jamás se movieron de su sitio, permanecen en su sitio, cada vez más abochornados e indignados, porque el espectáculo se vuelve más cutre y miserable, más injusto y violento, tanto que en cualquier momento brotará la sangre y nos salpicará el rostro. A todos, a los que nunca se movieron también. ¿Seguirán esperando?

Si nos levantáramos todos, los invisibles también, la arena de plaza se quedaría vacía, el espectáculo no tendría sentido y la cuadrilla y el torero tendrían que marcharse sin corrida y sin cobrar. Y si es así de sencillo ¿por qué no lo hacemos?

No, los peores sois vosotros, los invisibles, los que esperáis, impasibles, la confirmación de la debacle o la aparición milagrosa de una receta alquímica del oro. Los peores sois vosotros y ya es hora de que alguien os lo diga. ¿Pero es que todavía no estáis avergonzados? Decidiros de una vez, ¡por Dios! Levantaos y acompañadnos en la lucha. Os necesitamos. Seréis bienvenidos. Y vuestros hijos y nietos os lo agradecerán en el futuro.

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