sábado, 5 de mayo de 2012


EL DESEO vs LA ÉTICA

Desde que a finales de los años 20 del siglo pasado, Edward Bernays, sobrino de Freud, se instaló en la suite del ático del hotel Sherry-Netherland, de New York, convocó a las grandes corporaciones de entonces, esas que aún siguen programando nuestros deseos infértiles e irracionales, y aplicó las técnicas del psicoanálisis de su tío en las masas, convirtiéndonos en seres consumidores no ya de productos básicos, sino de productos sin ninguna funcionalidad para nuestra subsistencia, manipulando el concepto de la felicidad de los humanos en base a sus deseos más perversos por consumir y poseer no ya productos útiles, sino la extensión psicológica de lo proyectado maquiavélicamente sobre productos superfluos en los que el ser humano veía, como un espejismo aparente, pero más real que la realidad misma e insuficiente ya para crear en el consumidor una imagen de poder y éxito social, sexual, y económico irreal, la esencia democrática comenzó a resquebrajarse.

Podemos desear la luna, pero nadie en su sano juicio, podrá creerse poseedor de la luna. Sin embargo no dudéis de que si hoy en día, una corporación todopoderosa la pusiera en venta por parcelas, sobrarían compradores. Compradores que se creerían dueños de ella, aunque nunca llegarán a pisarla, con mostrar el título de propiedad ya se darían por satisfechos y felices. Así de estúpido es el ser humano.

 Edward Bernays tenía una visión del futuro, en el que la democracia ideal sería la teledirigida por las grandes empresas multinacionales que mantendrían felices a los seres humanos irracionales (así él definía a las masas: irracionales) provocándoles primero el deseo de un producto concreto (no importa si ese objeto careciera de utilidad) y, posteriormente, facilitándole el acceso a él a cambio de una cantidad económica.

Hoy, casi noventa años después, podemos ver la evidencia en nosotros y en nuestros propios hijos y nietos. Decidme: ¿qué utilidad tiene un Ferrari? No más que un pequeño utilitario, ambos te llevan adonde quieras, sin importar la distancia que tengas que recorrer. Pero casi todos, si pudieran costeárselo, lo comprarían, porque en nuestra mente manipulada pensamos que nos otorgará mayor éxito social, sexual y económico y en realidad un gilipollas no dejaría de ser un gilipollas, sólo que sería un gilipollas con el volante de un Ferrari entre las manos. Algunos me diréis que sirve para correr más, sí, pero para qué queremos correr más, es que por eso vamos a estar mejor nutridos o vamos a conseguir que nos amen más o vamos por ello a ser más dignos. No, seguiremos siendo tan sólo un estúpido gilipollas, el mismo que siempre fuimos.

Unos de los primeros encargos que le hicieron a Barneys, se lo hicieron las grandes compañías tabacaleras de América. Y fue conseguir que las mujeres se aficionaran a la moda masculina de fumar cigarrillos. Entonces contrató a famosas actrices de la época y aprovechando una manifestación de las incipientes feministas, reclamando el derecho de las mujeres al voto, les ordenó vestirse con ropas de hombre y caminar junto a las feministas con cigarrillos encendidos en los labios. Ahora sabemos que el tabaco mata, entonces imagino que también, pero eso poco le importaba a Barneys. Lo que él quería era que las mujeres asociaran la idea de encender un cigarrillo con el logro feminista de que las mujeres se colocaran socialmente a la misma altura de los hombres. Y lo consiguió, durante décadas las mujeres pensaron que el cigarrillo era en realidad la proyección del falo del que ellas carecían entre las piernas.

Si de verdad queremos cambiar esta democracia aparente e irreal, tendremos que erradicar de la mente de las masas, la estúpida irracional de sus deseos superfluos y adquiridos desde la manipulación mental de la realidad objetiva. Los hombres podremos desear a una mujer, pero no podemos desear la posesión de la mujer, no puede ser ético pensar en ello siquiera. La ética debe imponerse por encima de los deseos nocivos de la propiedad única del individuo, del yo egocéntrico e irracional. La nueva sociedad y la regeneración de la convivencia democrática deben estar basadas en el bien común y no en los deseos oscuros y perversos del individuo. Si realmente queremos vivir en una realidad que nos pueda facilitar la ansiada felicidad, debemos desprendernos de los deseos irracionales con los que el mercado impuesto por las grandes multinacionales nos están esclavizando. Si no nos centramos en este primordial objetivo, nada de lo que hagamos en pos de un mundo más justo, solidario, digno y éticamente humano,  dará resultado jamás.
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